Inversión histórica en la UMSNH; son 229 mdp en infraestructura: Bedolla
Melchor Ocampo, la luz de una estrella
Ángel Alvarado Raya
“Me quiebro pero no me doblo”
Para el Maestro en ciencias Políticas Liborio Villalpando calderón, en su libro “Para la Memoria Histórica” las informaciones sobre la fecha y el lugar de nacimiento de Melchor Ocampo son imprecisas y obscuras, lo mismo ocurre con la identidad de sus progenitores y, de igual manera, también son desconocidas las causas por las que se le impuso y sobre quién le impuso el único apellido que ostentó durante su vida. Uno de sus biógrafos, Nicolás León en Hombres ilustres y escritores michoacanos, afirma que nació en la ciudad de México, entonces capital del Virreinato de la Nueva España, el 5 de enero de 1814, según un acta de bautismo que aparece en el Libro IV de Bautismos de Expósitos y de hijos de Padres no Conocidos de todas las calidades, de la Parroquia de San Miguel Arcángel de la ciudad de México. En este documento se asienta que el bautizado recibió los nombres de José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santísima Trinidad y que para tal acto fue presentado por su madrina la señorita María Josefa González de Tapia. Sin embargo, este documento nunca ha sido validado por los investigadores, se trata sólo de una mera conjetura. Asegura, en la misma tónica, sin ningún apoyo testimonial ni tampoco documental, que nació en la casa número 10 de la calle de Alfaro, que fue hijo natural del doctor Antonio María Uraga, cura de Maravatío y de la señorita Tapia, dueña de la hacienda de Pateo ubicada en la Intendencia de Valladolid.
Ángel Pola, otro de los estudiosos de don Melchor, también sin ninguna probanza válida, atribuye la paternidad de su estudiado al licenciado don Ignacio Alas, por el solo hecho de haber sido amigo, al igual que el cura Uraga, de la señorita doña Francisca Xaviera presunta progenitora de Ocampo. Sobre este supuesto, José C. Valades en “Don Melchor Ocampo. Reformador de México”, con bella prosa y fina ironía descalifica las hipótesis de Ángel Pola y nos ilustra: “Pola, llevado por el gran carruaje de la ficción, presenta a doña Francisca Xaviera haciendo viaje anual a la ciudad de México. En uno de éstos viene el tropiezo amoroso, fruto del cual fue don Melchor Ocampo. Mas, como una dama de la prosapia de doña Francisca Xaviera no podía hacer público el pecado de amor y lascivia, luego de ocultar dos años el fruto de la liviandad, al regresar a su hacienda de Pateo, llegó con un niño adoptivo, de apellido cogido al azar”. De lo que sí existen testimonios es del hecho de que semanas o meses después el recién bautizado fue recogido o adoptado, al igual que ya lo habían sido 3 ó 4 infantes, por la señoritaFrancisca Xaviera Tapia y Balbuena, opulenta hacendada del Valle de Maravatío en el ahora Estado de Michoacán, propietaria por vía hereditaria de la hacienda de Pateo, la más rica y próspera de la comarca, quien lo puso al cuidado de su doncella Ana María con la cual, pasados los años, Ocampo tuvo descendencia.
Algunos historiadores especulan que la rica terrateniente fue la progenitora de don Melchor y la paternidad otros se la atribuyen al licenciado Ignacio Alas, colaborador de don Ignacio López Rayón y del cura José María Morelos y Pavón o a don Antonio María Uraga, pastor espiritual de la parroquia de Maravatío quien, al igual que el primero, eran conspicuos contertulios y visitantes de la heredera de Pateo. Lo cierto es que esta ilustre dama crió, educó y heredó a don Melchor Ocampo y a los otros que anteriormente también adoptó.
Melchor Ocampo Aprendió las primeras letras e inició los estudios elementales con los curas de Tlalpujahua y Maravatío, los prosiguió en el Seminario Tridentino de San Pedro, en la ciudad deValladolid, hoy Morelia, al que ingresó el 18 de octubre de 1824, continuó el aprendizaje de bachiller en derecho el 16 de octubre de 1927 y concluyó los de abogacía en la Universidad de México a la que se había matriculado en junio de 1831.
En 1833, antes de concluir los estudios jurídicos, empezó el ejercicio profesional en el bufete del licenciado José Ignacio Espinosa, que había sido ministro de justicia y de negocios eclesiásticos en el gabinete del presidente Anastasio Bustamante.
Después de su corta estancia en el despacho del jurisperito, concluyó los estudios profesionales y al poco tiempo regresó a Pateo, a administrar las propiedades que recién le había heredado su benefactora doña Francisca Xaviera; ahí, en la vida campirana conjugó la administración agropecuaria con el estudio autodidacta de las ciencias, hasta forjarse una amplia formación científica. Sus escritos demuestran la escrupulosidad y amplitud de sus conocimientos que abarcaron lo agropecuario, geografía, geología, botánica, ideología política y un largo etcétera.
Ralph Roeder, en su libro “Juárez y su México” nos dice que Ocampo no era rebelde nato. Criado en el mundo cerrado de la aristocracia criolla, había asimilado la mentalidad de su clase y adquirido el sesgo moral de una vida recogida, mucho antes de romper el molde. De un lucifer no tenía otra marca que su origen oscuro. Hijo adoptivo o natural de una dama renombrada de Michoacán por el gran lujo, el gran tren, y la gran caridad que desplegaba una vez al año, al pasar la semana santa en la capital, y que regresó a su hacienda un día, llevando una criatura entre la reliquias que lucía en su pecho, el niño salió más a la madre adoptiva que al presunto padre. Éste era, o se reputaba, un insurgente perseguido que disfruto de la caridad de la dama durante la guerra de independencia.
De todos modos, cualquiera que fuese su origen, el niño tenía buena sangre por ambos lados y no tardó en demostrarlo. Menor de edad cuando su madre falleció, dejándole en herencia sus bienes y su tradición de caridad pródiga, el joven se encontró a sus pocos años muy cargado de deudas a tal grado que un día de 1840 desapareció de la comarca, engañando a su tutor con una patraña extravagante de haber sido confundido con un enemigo de Santa Anna, asaltado, plagiado y embarcado para Europa. Pero siendo su tutor no solo el apoderado de sus bienes, sino su presunto padre, al llegar a Paris, le reveló la verdad. “Sin recursos con qué cubrir mis deudas – le escribió -, iba bien pronto a aparecer en mi verdadero carácter, es decir, como un mentecato que, en parte por una tonta vanidad, en parte por una mal entendida beneficencia, había preferido en los últimos tres años cumplir con las obligaciones que sus pródigas promesas le habían contraído, más bien que atender a las sagradas de su verdadero deber.
Había insensiblemente granjeándome una tal reputación de generoso, que no había semana, y en algunas ni un día, en que no se me presentara una nueva demanda… y débil e incapaz de decir no, no podía cortar el mal de su origen, no veía en lo futuro sino humillaciones amargas, arrepentimiento tardío y merecido oprobio. Era, pues, indispensable evitar con tiempo todo esto, y el único medio que mi acalorada razón encontró fue venirme. Pero como no hay mal que por bien no venga, contaba con la venia del tutor y juró reformarse en París, ganar el hábito del trabajo, “que nunca he tenido arraigado y que falsa prosperidad de los últimos años me ha hecho perder”, y al mejorar de carácter regresar a su tierra y servir a su patria con lo que había aprendido con la práctica de la autodisciplina. “No hay señor, peor tormento – insistió – que el desprecio fundado de sí mismo”.
En París, el pródigo se dedicó a la pobreza penitencial, privándose rigorosamente del socorro de su tutor por temor de sus censores en Michoacán “tomarán mi pobreza por refinada hipocresía y todas mis acciones por otras tantas falsedades”. Al cernir el cilicio, vigilaba también sus motivos. “Aunque mi necesidad era grande, pues hasta mi camisa la publicaba – siguió explicando en medio de sus mortificaciones- , yo creo que el sentimiento de vanidad, por el cual creía probar que no eran ciertas estas versiones, pudo más en mí en aquel momento que el hambre, la desnudez y sobre todo la repugnancia que sentía de causar a usted este nuevo embarazo”.
¡Vanidad! la palabra corría siempre bajo su pluma y la acción bajo su talón, y aunque la vigilaba de cerca, el flaco tomaba las formas más proteicas; y cuando lo adivinó en acecho tanto en sus privaciones como en sus prodigalidades quebrantó el ayuno. No fueron sólo sus deudas, sino el afán de correr el mundo y de mejorar su educación, lo que motivó su fuga; no eran irreconciliables las dos razones, y al recibir un anticipo de sus rentas, facilitado por su tutor se resolvió a viajar. La penitencia no era incompatible con la curiosidad; París no era el único purgatorio, ni la mortificación, la única forma de reformar el carácter; y hubiera sido el colmo de la improvidencia desaprovechar las oportunidades tan abundantes en Europa, de adquirir una disciplina científica.
Vencidos pues los escrúpulos hizo un viaje a pie a través de Francia, Suiza, Italia informando escrupulosamente al tutor de los conocimientos recogidos en la ruta. “ es verdad que a veces mi estomago ha pagado el gasto, por no decir casi siempre, pues ha sido preciso ayunar para ver todo esto, pero le aseguro que, por lo que he visto, vale bien la pena de comer por algunos días solo pan y manzana.
En Italia le tocó ver y reconocer otra vez los subterfugios de la vanidad, aunque en forma ajena a la suya. Roma era toda una revelación, con la vida sórdida de la plebe, con los barrios pobres de Transtévere, con los palacios parecidos a otras tantas ruinas antiguas y, sobre todo, con la vanagloria del gran mundo ultramontano, en aquel centro de ilustración lo que mas le impresionó era lo que menos le llamaba la atención de los devotos: la ostentación de la caridad, la pordiosería universal, solazándose en la opulencia y el ocio de la capital papal, y el hedor de la miseria saturando el olor de la santidad. “La muchedumbre de mendigos es asombrosa; piden limosna al papa, los obispos, los cardenales, los clérigos, los frailes” apuntó a vuelo de pluma; y no sólo la mendicidad, sino la anarquía de los estados pontificios le recordaba a México. Los caminos estaban tan infestados de bandidos, que optó por regresar a Francia por mar.
En vísperas de emprender el viaje, conoció a Mora. Llevado por la curiosidad, le hizo una visita de cortesía, y la impresión que le dejó el reformador era tan significativa como desfavorable. Le cayó mal, le juzgó autoritario y arrogante; le disgustó su dogmatismo, le fastidió su fervor y sólo le gustó su gran cultura y su mucha elegancia en la expresión de sus ideas. La antipatía que le inspiraba Mora puso de manifiesto cuán lejos se hallaba de ser o de pensar en ser, el gran reformador de 1840.
Italia y Roma contribuyeron a la fecundación de su conciencia, mas que el Padre Mora, la miseria del pueblo, la mendicidad de la curia, la explotación de la fe. De regreso a París, siguió dedicado a la disciplina de su carácter, practicando y conviviendo con la pobreza en todas sus formas, y negándose a regresar a México a cuidar de sus intereses.
Al cabo de casi dos años, Ocampo regresó a Michoacán, bastante castigado, maduro y dueño de sí mismo para cumplir con sus obligaciones y redondear su hacienda, aunque sin alcanzar la solvencia financiera, pero economizando para conservar la independencia que le aseguraba la propiedad. Regresaba pero no pudo resistir el ayudar a la clase pobre.
Apenas repatriado, salió electo al Congreso General de La República en 1842, bajo la dictadura de Santa Anna; quien había alcanzado el poder al derrocar a Anastasio Bustamante.Conforme a las Bases de Tacubaya, el nuevo mandatario convocó a elección de diputados para elaborar una nueva constitución que sustituyera a la de 1824 por considerarla causante de las luchas intestinas que impedían la consolidación republicana.
Don Melchor Ocampo, al resultar electo diputado por Maravatío y en su actuar en ese Congreso Constituyente defendió los ideales federalistas, se declaró contrario a los fueros militar y eclesiástico, se opuso a la pena de muerte, propuso la rehabilitación de los presidiarios, planteó que los miembros del Congreso que pudieran hacerlo renunciaran a sus percepciones o dietas, luchó por la soberanía del Congreso y defendió el respeto a sus integrantes. Cuando estaba aprobada la mayor parte del proyecto constitucional quedó clara la tendencia triunfadora de los ideólogos liberales que, encabezados por Ocampo, sostenían las ideas progresistas sobre libertad de enseñanza y de prensa, la limitación de los fueros militar y eclesiástico y otras ideas de avanzada; se iniciaron los levantamientos militares contrarios al documento aún inconcluso y se produjo la disolución del Congreso cuando la guarnición militar de la ciudad de México ocupó la sede de las sesiones. Como consecuencia de estos hechos el señor Ocampo regresó a la querencia, a las faenas agrícolas en sus propiedades y continuó con sus estudios e investigaciones científicas, publicando sus resultados con los siguientes títulos:
Rectificación al artículo sobre jardines antiguos mexicanos; Sobre un remedio contra la rabia; Memoria sobre el quercus mellifera; El movimiento espontáneo de una planta: Hedysarom grans; Ensayo de una carpología aplicada a la higiene y a la terapéutica;Idiotismos hispanoamericanos; etcétera.
Entretanto, la política exterior mexicana sufría uno de sus peores avatares, en marzo de 1845 se consumó la anexión de Texas a Estados Unidos y, en consecuencia, el gobierno centralista de Herrera le declaró la guerra al gobierno de ese país, más como una actitud moral y de derecho que como posibilidad de triunfo. Por otra parte, la situación interna era caótica, la república se consumía en la miseria, en la violencia y en la dictadura; saqueada por la burocracia, por la burguesía, por la Iglesia católica y por los militares, se agudizó la pobreza generalizada que provocó una nueva crisis política nacional y que desembocó en la reinstalación de los liberales o federalistas en el poder. De nueva cuenta don Melchor Ocampo fue electo diputado al Congreso General que restableció la vigencia de la Constitución de 1824; sin embargo, la anarquía continuó y el general Santa Anna regresó al poder, ahora como federalista.
En esta coyuntura, Ocampo fue designado gobernador de Michoacán y el 5 de septiembre de 1846 asumió las funciones. Al prestar el juramento de ley expresó: “Diez años de repetidas convulsiones han precedido al restablecimiento de nuestro pacto legal y, en medio de las esperanzas que cada cambio ha hecho nacer, ninguna parece más fundada que la que hoy podemos formarnos, sobre la curación de nuestros males… sólo seremos fuertes y felices cuando nos conservemos unidos… el ejército no es más que aquella parte del pueblo que se ha armado para sostener los derechos de la comunidad…”
El licenciado Melchor Ocampo recibió la gobernatura sin dinero en las arcas estatales, empezó a sanear la administración pública y, para luchar contra el invasor estadounidense,formó los batallones Matamoros y Morelos, recaudó sesenta mil pesos de contribuciones voluntarias y los envió al gobierno nacional, le propuso al Congreso General la organización de la resistencia nacional por medio de la guerra de guerrillas.
El gobernador Melchor Ocampo, acérrimo defensor de la soberanía estatal, siempre mantuvo grandes y graves diferencias con el general Antonio López de Santa Anna, sobre una de ellas escribió: “Tuve un gran disgusto con el general Santa Anna, que se atrevió, con la audacia que por su ignorancia acostumbra, a facultar a varios bribones del Estado para levantar gente y reclutar caballos y armas. Me opuse como debía; le dije oficialmente que siendo yo el responsable de lo que pasaba en el Estado, nada se haría sin mi conocimiento y consentimiento; que no consentiría, como no consentí, que los ladrones que había nombrado merodearan bajo su nombre y con el pretexto de la guerra con los Estados Unidos; Que Michoacán, menos que ningún otro Estado, merecía se le tratara con tan poco respeto, puesto que daba para tal guerra cuanto le era posible”.
El general Arista resultó electo Presidente de la República y el licenciado MelchorOcampo, por decreto del Congreso del Estado, fue designado nuevamente gobernador, desempeñando el cargo del 14 de junio de 1852 al 24 de enero de 1853 cuando renunció por desacuerdos con el Congreso local y por las pugnas internas entre los liberales.
Poco tiempo duró su ausencia de las lides políticas, el gobierno de Santa Anna lo desterró a Tulancingo, después lo mantuvo preso en San Juan de Ulúa y enseguida se expatrió por La Habana para llegar a Nueva Orleans en 1854, domiciliándose posteriormente en Brownsville con otros mexicanos también expatriados por cuestiones político-ideológicas, quienes organizaron la Junta Revolucionaria y se adhirieron al Plan de Ayutla que tenía por finalidad el desconocimiento del general Santa Anna.
El movimiento se propagó de inmediato y pronto alcanzó su principal objetivo. El 7 de agosto de 1855 Santa Anna abandonó el poder y en Perote, ya camino a Veracruz, lanzó un manifiesto renunciando a la titularidad del Poder Ejecutivo, terminando así la última responsabilidad administrativa de un hombre del todo contradictorio, de luces y de sombras, de suyo maniqueo, capaz de las más heroicas acciones y de las más condenables de las traiciones.
En septiembre de 1855, al triunfo de la Revolución de Ayutla, don Melchor Ocampo regresó al país encaminándose a Cuernavaca en donde se instaló el gobierno provisional encabezado por el general Juan Álvarez en calidad de presidente, quien en tal función nombró al licenciado Benito Juárez como Ministro de Justicia; a don Guillermo Prieto, Ministro de Hacienda; al general Ignacio Comonfort, Ministro de Guerra; a José María Lafragua, Ministro de Gobernación; y, al licenciado Melchor Ocampo, Ministro de Relaciones Exteriores.
Elegido al Congreso en enero de 1856, y al iniciarse los trabajos del Congreso Constituyente, Ocampo encabezó la comisión encargada de la elaboración de la nueva constitución, presentó un proyecto básicamente liberal en el que imperaron sus ideas sobre el clero, la propiedad y la libertad religiosa. El 5 de febrero de 1857 la nueva carta magna fue jurada solemnemente. Por sus desacuerdos con el texto constitucional los conservadores se rebelaron contra el gobierno legalmente constituido. Zuloaga y Comonfort promulgaron el Plan de Tacubaya y el presidente Álvarez se vio obligado a renunciar al poder ejecutivo. Frente a estas nuevas vicisitudes y facultado por la Constitución recién aprobada, don Benito Juárez, como Presidente de la Suprema Corte de Justicia, asumió la presidencia de la república y en el ejercicio de sus funciones, desde Guanajuato, declaró el restablecimiento del orden constitucional, aseveró que el único camino hacia la paz era el de la observancia de la ley y que,como presidente de la nación, reprimiría enérgicamente a quienes no respetaran su autoridad e investidura ya que éstas emanaban de la Constitución.
Don Melchor Ocampo, por lealtad, por convicción y por coincidencia ideológica con don Benito Juárez, salió de Pomoca para brindarle su apoyo y arribó a Guanajuato en donde el titular de ejecutivo lo designó en su gabinete como Ministro de Gobernación y, al mismo tiempo, encargado de los despachos de Relaciones Exteriores, de Guerra y de Hacienda. DeGuanajuato el gobierno pasó a Guadalajara, después a Manzanillo y posteriormente a Veracruz.En la ciudad de México funcionaba el gobierno espurio de los conservadores presidido por Zuloaga quien derogó las principales leyes y disposiciones del gobierno constitucional, siendoreconocido por los gobiernos de Estados Unidos y de algunas naciones europeas. Este gobierno y el legítimo de Juárez en Veracruz eran la viva pintura de un país dividido, fácil presa de los malsanos intereses europeos y estadounidenses. En estas condiciones Ocampo vivió la etapa del más profundo nacionalismo y en compañía de Juárez, Prieto y Lerdo, defendió sus ideas liberales para influir en el pueblo mexicano su respeto al derecho y a la soberanía como medios para alcanzar la estabilidad y el progreso económico y social de la patria.
El licenciado Melchor Ocampo estaba convencido de que solamente por medio de la educación se podía llegar a la regeneración social de todos los estratos de la población, en el discurso que pronunció en Veracruz el 16 de septiembre de 1858, expuso el principio de que la educación nacional debería dar a los mexicanos la plena conciencia de sus derechos y de sus obligaciones, que los impulsara al trabajo como fuente de superación individual y colectiva, y alcanzaran una nueva forma de religiosidad basada en la igualdad ante la ley y en la plena vigencia de la soberanía popular. Al examinar a la sociedad mexicana sostenía que estaba mal educada, por ello le otorgaba a la educación una dimensión superior, como la suma de esfuerzos, aspiraciones y conocimientos de todos y para todos, como la formación moral y política de la totalidad sus integrantes.
En medio de la guerra, en los fragores de las batallas, dio forma y contenido a las Leyes de Reforma: la nacionalización de los bienes eclesiásticos, la clausura de los conventos, la libertad de cultos, el matrimonio y el registro civiles, la secularización de los cementerios, la separación estado-iglesia, la libertad de imprenta y la extinción de las comunidades religiosas. En todas estas disposiciones legales es notoria la huella de Ocampo, en ellas están plasmadas las ideas que a lo largo de su vida expuso y defendió y por las cuales ofrendó su fecunda existencia.
Se inició la expedición de las leyes y reglamentos radicales, algunos de los cuales aún conservan su vigencia: la del 12 de julio de 1859, sobre nacionalización de los bienes del clero regular y secular; la del 13 de julio del mismo año, sobre la separación de la Iglesia y del Estado; la del 23 del mismo mes y año, sobre el matrimonio civil; la del día 28, Ley Orgánica del Registro Civil; la del último día del mismo mes, en la que se dispone el cese de cualquier intervención del clero en los cementerios; la del 11 de agosto que determina los días festivos y prohíbe la asistencia oficial de los miembros del gobierno a las funciones religiosas; la del 4 de diciembre de 1860, sobre la libertad de cultos y otras que conformaron la nueva fisonomía de la joven y convulsionada república.
De esta manera, con la expedición de las Leyes de Reforma, concluyó la etapa iniciada con la colonización española en el siglo XVI y se inició una nueva fundada en los principios ideológicos y en las prácticas políticas de los siglos XVIII y XIX. A partir de entonces, el Estado quedó constituido en una entidad plenamente soberana, sustentado en la majestad y en el imperio de la ley, como la única garante de la regeneración de la sociedad, ya que solamente por ese medio sería posible la pacificación, el orden y la concordia como condiciones del progreso para poder salvar al país.
En Pomoca, retirado de las vicisitudes políticas, rodeado de sus seres queridos y administrando sus bienes, lo sorprendió la traición el 31 de mayo de 1861, cuando llegaron los esbirros y después de despedirse de sus hijas Petra y Lucila y de su compañera doña Clara Campos, hija del administrador de su hacienda, fue tomado preso por la partida armada de sus eternos opositores, al mando del mercenario conservador español Lindoro Cajiga, para presuntamente presentarlo ante el general Zuloaga, que aún se autodenominaba Presidente de la República. No llegó ante Zuloaga, no fue enjuiciado, simple y llanamente murió fusilado el 3 de junio de 1861 cerca de la hacienda de Caltengo en Tepeji del Río.
Horas antes de ser asesinado tuvo la entereza y los redaños de redactar su testamento, en la parte final del documento escribió: “Me despido de todos mis buenos amigos y de todos los que me han favorecido en poco o en mucho, y MUERO CREYENDO QUE HE HECHO POR EL SERVICIO DE MI PAÍS CUANTO HE CREÍDO EN CONCIENCIA QUE ERA BUENO”.
De don Melchor Ocampo es la frase “Me quiebro pero no me doblo”; es decir, prefería quebrarse o morirse a doblarse o claudicar.
Cuando montado a caballo era conducido al paredón se le acercó una de esas aves de rapiña, un sacerdote católico, don Domingo Morales, para ofrecerle sus servicios pre mortem,Ocampo lo rechazó con profunda convicción e inflexible en sus principios y total consistencia diciéndole: “Padre, estoy bien con dios y también él está bien conmigo”.