Melchor Ocampo, opositor de la Pena de Muerte

 Melchor Ocampo, opositor de la Pena de Muerte

Miguel Ángel Torres Reyes

 

Sólo conociendo el por qué lucharon nuestros héroes,

entenderemos el México de hoy.  

 

José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santísima Trinidad, nació el 5 de enero de 1814, y fue presentado para su registro por su madrina María Josefa González de Tapia en la parroquia San Miguel Arcángel, en la Ciudad de México, quien no aportó el nombre de sus padres. Posteriormente se hizo cargo del infante la Señora Francisca Xaviera Tapia y Balbuena, que además tenía la custodia de las niñas Ana María Escobar y Josefa Rulfo. Al niño Melchor se le agregó el apellido de Ocampo, refieren quienes lo conocieron que fue amante de los libros y de los experimentos científicos, introvertido y cortés en el trato.

La vida de Melchor Ocampo fue un ejemplo de rectitud, honestidad y patriotismo, valores que estuvieron por encima de sus errores, explicables en todo ser humano. Fue un estudioso de la ciencia, la naturaleza, la literatura y el derecho, dominó varios idiomas, como el español inglés, francés y el latín; se apasionó por la herbolaria, geografía, botánica, la literatura y el derecho. Como abogado, en 1833, postuló asuntos conjuntamente con el Licenciado José Ignacio Espinoza, profesionista de selecta clientela con despacho en la capital de la República, aunque después prefirió la política y por último la agricultura y la botánica.

Melchor Ocampo vivió en la hacienda de Pateo, propiedad de su benefactora doña Xaviera Tapia, ubicada a la orilla del río Lerma del valle de Maravatío, Michoacán. Apenas consumada la independencia, en 1824, en plena adolescencia inició sus estudios en el Seminario Tridentino de Valladolid, institución donde cursó sus estudios secundarios y de bachillerato en derecho y en 1831 acudió a estudiar jurisprudencia a la Ciudad de México al cuidado de su tutor el Licenciado Ignacio Alas. Pronto tuvo la necesidad de regresar a Pateo debido a que el 29 de marzo de 1831 falleció su protectora, de quién Ocampo dijo: “le debo cuanto soy y tengo”. Entre los biógrafos de Ocampo, se encuentran Jesús Romero Flores y el Dr. Raúl Arreola Cortes, a quienes les debemos gratitud por sus valiosas investigaciones sobre la vida y obra de tan ilustre personaje

Ocampo, viajó a Europa en 1840 en donde permaneció durante dos años, cuando regresó a México ocupó su primer cargo público el de Diputado al Congreso de la Unión, tal legislatura fue disuelta por el Presidente en turno, López de Santa Ana. Nuestro héroe ocupó, por primera vez, la gubernatura de Michoacán en 1846, cargo que ejerció en otras dos ocasiones, adicionalmente, fue Senador, Secretario de Hacienda, Secretario de Relaciones Exteriores, Secretario de Gobernación, entre otros puestos relevantes. Como gobernador del Estado de Michoacán, decretó la apertura del Colegio de San Nicolás de Hidalgo, cuna de la actual Universidad Michoacana, al que le destinó recursos del erario para su equipamiento y pago docente, en dicho Colegio, a la fecha, aún se resguarda su corazón como un perenne recuerdo de quien minutos antes de morir le legara su biblioteca personal, a excepción de los libros que escogieran, para sí, sus albaceas. Ahí y en la biblioteca pública de Morelia permanecen libros que fueron leídos por el insigne Ocampo, en espera de los lectores contemporáneos.

Por la convulsión política, social y económica  prevalecientes en el país, Ocampo optó por el exilio, primero a la Habana y luego a Nueva Orleáns, donde coincidió  con Benito Juárez, José María Mata, Ponciano Arriaga, Manuel Zepeda Peraza, entre otros, quienes fueron los ideólogos de la Revolución de Ayutla proclamada el 1º de marzo de 1854, movimiento que encabezó el guerrerense el General Juan N. Alvarez, que fructificó con la caída y destierro para siempre de López de Santa Ana.

Ocampo fue de esos hombres que nacen para trascender más allá de su tiempo, de su mente brillante brotaron ideales de  un México libre, democrático y progresista, por tal motivo afirmó: “si nuestro pueblo estuviese educado, sería el primero de los pueblos del mundo” y conceptuó a la persona educada como aquella que, además, de poseer el conocimiento científico, desarrolla su espíritu sobre la moral, la política y las conveniencias sociales. El patricio de Melchor Ocampo, fue un ferviente promotor del derecho de petición y un filántropo por convicción. Como constituyente de la Ley fundamental en 1857 defendió la rehabilitación de los presos y el derecho de las víctimas del delito, se opuso a la tortura y a la pena de muerte, diciendo “la pérdida de la libertad ya es bastante pena para los infractores”, argumentando que la pena de muerte era indigna para una sociedad civilizada, porque era una forma de venganza, pues matar a alguien atado e indefenso, es como si la sociedad le dijera al asesino como debería matar, con todas las ventajas para el verdugo. Ni él mismo previno que su propuesta, daría lugar, en su propia persona a uno de los inolvidables mártires de la patria mexicana, precisamente por haber sido sacrificado en el paredón, sin previo juicio y sin que se le concediera su derecho de audiencia y defensa, siendo fusilado por orden del intolerante Felix Zuloaga, a quien Ocampo, en la vía política,  públicamente lo criticaba por cruel, pío y ambicioso.

Melchor Ocampo después de haber ocupado diversos cargos públicos de primer nivel en el gobierno del Presidente Juárez y habiendo sido el redactor de algunas leyes de reforma, tomó la decisión de retirarse de la política y regresó a Pateo, exhacienda que hoy se le conoce como POMOCA, anagrama de OCAMPO; diversos testimonios refieren que una de sus tres hijas de nombre Julia, las otras dos fueron Petra y Lucila, estaban por pedirla en matrimonio y que por esa causa tuvo que ir a Pateo, aunque Ocampo prefirió quedarse en su hacienda, atendiendo las labores del campo y el estudio de las plantas, sin embargo, su amigo Claudio Ochoa le sugirió que abandonara el lugar por el riesgo que le significaba una banda de reaccionarios que cabalgaban por la región, a lo que él le contestó: “nada temo porque tengo mi conciencia tranquila, y nada he hecho que manche mi reputación, pero en el caso, de que se me aprehenda durante el proceso justificaré con documentos mi conducta e inocencia”. El 30 de mayo de ese año 1861, otro vecino y hacendado de nombre Juan Velásquez le comentó que había visto un día antes a una partida de bandoleros reaccionarios y también le propuso que se alejara de Pateo, pero Ocampo tampoco aceptó y sólo le pidió que se llevara a sus hijas a Maravatío, lo que así fue. El 31 de mayo de 1861, llegaron una partida de forajidos al mando del español Lindoro Cajiga, ahí en su propia hacienda Ocampo fue hecho preso y trató de negociar con el jefe de los asaltantes, quien se negó a dejarlo en libertad ya que tenía órdenes por escrito del General Leonardo Márquez (conservador) de llevarlo y entregarlo con vida, por lo que después de que comieron a invitación del detenido, salieron rumbo a Maravatío, al llegar ahí y por ser tan conocido, varios amigos le ofrecieron rescatarlo a lo que Ocampo declinó creyendo que tendría la oportunidad de un proceso justo. Cajiga siguió en su travesía, llevando a Ocampo, el mayor tiempo caminando por Tepetongo, pasaron por las haciendas la Venta del Aire, La Jordana y Toshi, continuaron por la Estancia de Huapango, los Llanos de Acambay y la Cañada de Endejé, en este último lugar, el Domingo 2 de junio fue entregado por su captor al General Leonardo Márquez. De allí todavía recorrieron catorce leguas hasta Villa del Carbón donde se encontraba Felix Zuloaga, en dicho lugar, compartió la prisión con Ignacio A. Bravo, pero al día siguiente muy temprano salieron a Tepeji del Río ( Hidalgo), al llegar se le instaló en el Mesón de Las Palomas, ahí se le comunicó que en unas horas sería pasado por la armas, esto, sin formarle causa penal alguna, y como si éste hubiera sido un delincuente sorprendido en fraganti delito grave. Sus verdugos tampoco tomaron en cuenta las diversas peticiones de quienes apelaron por la vida del reformador. En su último espacio de reclusión  pidió papel y escribió su testamento, en tal documentó afirmó ser el padre tres hijas que procreó con doña Ana María Escobar, cuando lo llevaron al lugar de fusilamiento, se le veía pensativo y sereno, lo llevaron a caballo y al llegar pidió de vuelta su testamento y le agregó que legaba al Colegio de San Nicolás de Hidalgo, plantel que había reabierto y secularizado, sus libros, y también registró su epitafio: “Muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país cuanto he creído en conciencia que era bueno” . A las dos de la tarde de ese fatídico 3 de junio del 1861, en un paraje de pirules, cerca del casco de la hacienda de Caltengo, unos exploradores al  mando de un tipo de apellido Aldana, a quienes el condenado les repartiera sus pocas pertenencias y monedas, a ellos, les pidió como último deseo que los tiros fueran a su pecho y no a la cara, lo que tampoco le concedieron sus ejecutores, pues tres balas dieron en su rostro.

Muerto el héroe, por una orden bárbara de Márquez, su cuerpo fue colgado de las axilas de uno de los árboles del lugar donde fue fusilado. Así murió injustamente el sabio de Melchor Ocampo, sin juicio previo, por el hecho de pensar diferente a los demás y haber luchado por el progreso de un país convulsionado por los vicios, el fanatismo y la tiranía. Sin duda, fue un gran liberal, forjador de generaciones de ayer y hoy. La verdad, es que nunca estaremos conformes ni con la forma, ni por los motivos de quienes lo privaron de la vida, porque, sin derecho alguno, despojaron a la patria de uno de sus mejores hombres a la edad de 47 años. El juicio histórico consideró inadmisible la versión falaz de Felix Zuloaga, de que la muerte de Ocampo se debió a un grave de error de comunicación, ya que él jamás ordenó su fusilamiento, que era una lamentable confusión, ya que su indicación había sido protegerlo y no privarlo de la vida, pues el que debería ser fusilado era su compañero de reclusión Ignacio A. Bravo y no Ocampo, por cierto,  Márquez  indultó a Bravo por petición que le hicieron los pobladores de Tepeji del Río, quienes también le rogaron por la vida de Ocampo sin recibir respuesta favorable, aún con el arrepentimiento tardío de Zuluoga, que pocos días antes había sido reconocido como Presidente de México, tan sólo por el verdugo Márquez y sus tropas,  ya nada cambió la historia del artero y cobarde asesinato del autor de la célebre frase: “Es hablándonos y no matándonos como debemos entendernos”

 

Isauro Gutierrez