Tomás de Aquino (1224 – 1274 d.C.)

 Tomás  de Aquino (1224 – 1274 d.C.)

Pablo Manuel Ramos Vallejo

(In memoriam)

 

Como ya lo hemos venido tratando en anteriores artículos. Durante la Edad Media, la idea de la existencia de un universo, su creación misma y su carácter temporal o infinito, propició la discusión entre filósofos y teólogos, acerca de lo que es la realidad. Para los teólogos medievales, el problema del ser de la naturaleza, se remite a la creación, donde el Dios judeocristiano aparece como su creador. Contrariamente,  la tesis que siglos antes los filósofos griegos sostenían era que: “el mundo, la naturaleza o el universo siempre ha sido, es y será”. Dicho de otro modo, que la naturaleza no fue creada. A este debate, el teólogo medieval no se propone construir grandes sistemas filosóficos, ni desarrollar alguna visión del mundo, pues ya tenía una: la religiosa. Más bien, trata de conciliar ésta con las ideas filosóficas clásicas. En este proceso, surge una tradición filosófica que se conoce como escolástica, misma que en buena medida, se desarrolla a la luz de las obras del pensador griego Aristóteles, en un esfuerzo por aplicar su pensamiento a la teología.

Pues bien, ubicándonos en el Siglo XIII, después de la prohibición de los libros aristotélicos por parte de la Iglesia Católica, los únicos que se rebelaron a las prohibiciones papales, fueron los frailes Dominicos, Orden a la que pertenecían entre otros Tomás de Aquino y su mentor Alberto Magno, teólogos cristianos que estudiaron y tomaron en cuenta las reflexiones del filósofo de Estagira, Aristóteles. Por lo que, este artículo que se desarrolla en la cumbre del escolasticismo, lo dedicaremos a la investigación de la vida y obra de la figura más importante de la filosofía escolástica y uno de los teólogos y filósofos más sobresalientes del catolicismo, Tomás de Aquino, llamado también: El Doctor Angélico o El Príncipe de los Escolásticos.

Tomás de Aquino es descendiente de la familia condal de los Aquinos y aunque no es un dato fiable, se cree que nació en el año 1224,  en el castillo paterno de Roccasecca, situado en la cumbre de una montaña del reino en ese entonces de Nápoles, a 12 km al noroeste de Cassino cerca de Aquino, ciudad y comuna de la provincia de Frosinone, en la región del Lacio ubicada ésta en la península Itálica y que limita ahora, al noroeste con la Toscana, al norte con Umbría, al noreste con Las Marcas, al oriente con los Abruzos y Molise, al sureste con Campania y al suroeste con el mar Tirreno.

Tomás de Aquino nace en un momento político de confusión, en el seno de una aristócrata, noble y numerosa familia, siendo el último hijo varón de los doce que procreó esta influyente estirpe. Su padre, Landolfo, descendiente a su vez de los condes de Aquino, estaba emparentado con el emperador Federico II. Su madre, Teodora, era hija de los condes de Taete y Chieti. A manera de comentario es bueno recalcar que si recordamos los artículos anteriores, nos damos cuenta que en la edad media, la instrucción en Europa, sólo estaba al alcance de la nobleza católica, por lo que, siendo los familiares de Tomás muy religiosos, cultivaban también las letras y se rodeaban de encumbradas relaciones sociales. Así pues, bajo ese entorno, recibió Tomás su primera educación, a partir de los cinco años, en la abadía de Montecassino, de la que era abad su tío, Allí realizó los estudios ordinarios de gramática, latín, música, moral y religión, en calidad de oblato, esto es, sin la obligación de ser religioso. Superando a todos sus compañeros en memoria e inteligencia, Tomás permanece en el monasterio hasta 1239, cuando el emperador Federico II decretó la expulsión de los monjes.  Ante esta situación, a finales de ese año, Tomás se dirigió a la Universidad de Nápoles para continuar sus estudios de artes y teología. Y es ahí, donde entró en contacto con los escritos de Aristóteles y con la Orden de los Hermanos Predicadores. En 1243 sintiéndose atraído por la vida de los frailes dominicos, ingresó en la orden como novicio. La decisión no fue del agrado de su familia, que hubiera preferido que Tomás sucediera a su tío al frente de la abadía de Montecassino, por lo que, su madre enterada de que Tomás se iba a dirigir a Bolonia para participar en un capítulo general de la orden, consiguió el permiso de Federico II para que sus dos hermanos, miembros del ejército imperial, lo detuvieran. Ello ocurrió en Acquapendente en mayo de 1244, por lo que, Tomás permaneció retenido durante un año, con la intención de disuadirlo de su ingreso definitivo en la orden, en el castillo de Santo Giovanni. Cosa que no consiguieron, sino al contrario. Tomás aprovecha su encierro en la prisión para aprenderse de memoria muchísimas frases de la Biblia y para estudiar muy a fondo el mejor tratado de teología que había en ese tiempo, y que después él explicará muy bien en la Universidad. Tras una queja de Juan el Teutónico, general de los dominicos, a Federico II, éste accedió a que Tomás fuera puesto en libertad permitiéndole trasladarse a París, donde permaneció hasta 1248 como estudiante, ganándose rápidamente la confianza de Alberto Magno quien se sintió atraído por las grandes posibilidades intelectuales de su discípulo. En 1248 se dirigió a Colonia, con Alberto, quien iba a fundar una casa de estudios para la orden. En Colonia permaneció con él hasta 1252, regresando a París para continuar sus estudios, recibiendo su licenciatura en 1256, siendo a la vez, nombrado Magister ese mismo año. Tomás ya siendo profesor de la famosísima Universidad de París, se gana el afecto del rey Luis IX, que lo estima tanto, que lo consulta en todos los asuntos de importancia. Con similar afecto, en el año 1259 El papa Alejandro IV le llama a Roma, Tomás hace naufragar las ambiciones de su familia de verlo convertido algún día en Papa, al renunciar al ofrecimiento del Sumo Pontífice para ser arzobispo de Nápoles. Sin embargo durante su estancia en Roma sirve como consejero y profesor en la curia papal, residiendo en varias ciudades italianas, como Anagni, Orvieto, Roma y Viterbo. En esta época, conoce entre otros personajes ilustres, a Guillermo de Moerbeke, el famoso traductor de las obras de Aristóteles, quien puso a su disposición varias de sus traducciones, entre ellas algunas que se encontraba prohibidas en la época. Después de 9 años de estancia en Roma, regresa a París en 1268 donde impartiendo su magisterio, se implica en una controversia con el filósofo francés Siger de Brabante y otros seguidores del filósofo islámico Averroes. Situación difícil para la Iglesia Católica, pues la aparición de las doctrinas filosóficas del pensador musulmán Averroes, basadas en la filosofía de Aristóteles, ponían en peligro la síntesis escolástica, teológica y científica desarrollada durante siglos. Alberto Magno y otros eruditos habían intentado hacer frente a los averroístas, pero con poco éxito. Tomás, según la iglesia, triunfó con brillantez. Una vez resuelto el conflicto, en el año 1272 vuelve a Nápoles, con el encargo de establecer una casa de estudios (studium generale), donde abandona totalmente su actividad docente y de autor, encontrándose frecuentemente arrebatado por experiencias místicas que le absorben por completo, pues se especula que sufrió ciertas alucinaciones similares a la de Saulo de Tarso. Sea cierto o no, permanece en Nápoles hasta el año 1274 en que el Papa lo envía como representante al Concilio de Lyon, pero se dice que, por el camino se sintió mal a causa de un accidente que sufrió mientras montaba un mulo que chocó violentamente contra un árbol. Muy mermado de salud, fue recibido en el monasterio de los monjes cistercienses de Fosanova, donde  muere el 7 de marzo de 1274 a la edad de 49 años. Tras la muerte de este teólogo, hubo una importante oposición a su filosofía, particularmente de los franciscanos, que reivindicaron a Agustín de Hipona como el más fiel exponente del punto de vista cristiano; la oposición culminó en la condena de algunas de las doctrinas tomistas por parte de las autoridades eclesiásticas de Oxford y del obispo de París, Étienne Tempier. A pesar de esto, Tomás de Aquino fue canonizado por el papa Juan XXII el 18 de enero de 1323 y proclamado Doctor de la Iglesia por el papa Pío V en 1567.

Pasando a comentar su legado ideológico, diremos que la obra escrita de Tomás de Aquino es inmensa, pues fue un autor prolífico en extremo, con cerca de 800 obras atribuidas, donde las más extensas, y generalmente consideradas más importantes y sistemáticas, son sus Summas: la Summa Theologiae, la Summa contra Gentiles y su Scriptum super Sententias. Y aunque el interés y la temática principal en estas obras, es del orden teológico, cuenta también con varios comentarios del campo de la filosofía, así como, con razonamientos propios, polémicas o liturgias. Por lo que al Arte se refiere, Tomás se distinguió además como autor de himnos famosos, así como de sus melodías.

Tomás de Aquino, es el pensador a través del cual la escolástica en particular, llega a su forma más acabada. Es difícil trazar un esquema de la totalidad de su pensamiento, porque no se debe perder de vista que antes que filósofo, Tomás fue un teólogo. Su filosofía, pone al servicio del cristianismo, el saber desarrollado por Aristóteles, para tratar de conciliar las cuestiones fundamentales que pretenderá abordar a lo largo de su obra como lo son: Primero.- La solución al problema entre las relaciones de la razón y la fe, solución que representa un modelo de equilibrio y es la actitud dominante de la filosofía cristiana y en general en toda la filosofía que pretenderá marchar de la mano con las preocupaciones religiosas. Segundo.- Las demostraciones o vías, merced a las cuales puede llegarse mediante la razón a conocer la existencia de Dios, y que son modelo de rigor en la argumentación filosófica. Tercero.-La naturaleza o los atributos de Dios y su modo de conocerlos.

De la armonía entre la razón y la fe, diremos que: Todo el secreto del tomismo reposa en ese esfuerzo por reconstruir la filosofía, sobre un plano tal que su acuerdo de hecho con la teología, parezca como la consecuencia necesaria de las exigencias de la razón misma y no como el resultado accidental de un simple deseo de conciliación. Pues, históricamente, el planteo filosófico de Tomás, está determinado por la introducción de la doctrina de la doble verdad. Si bien reconoce que la fe y el conocimiento racional son diferentes, postulará que no son opuestos, sino perfectamente armónicos. Para su doctrina, la filosofía y la teología tienen un mismo objeto: Dios, que conocido mediante la luz sobre natural de la revelación, será la causa primera de todo ente, y estudiado mediante la luz natural (la razón), será también el fin al que se orienta la salvación del hombre. Como podemos apreciar, Tomás trabaja en dos direcciones: Por un lado defiende los contenidos de la fe rechazando las objeciones de los adversarios, por otro lado, demuestra la posibilidad de dichos contenidos. Si pese a todo, aún se produjese un verdadero conflicto entre saber natural y sobrenatural, ello no podría significar sino una sola cosa: que la razón es víctima del error y que debe corregirse, porque la verdad es solo una. El pensamiento de Tomás de Aquino partía de la superioridad de las verdades de la fe, sin embargo, ello no le impidió presentar a la filosofía como un modo de conocimiento plenamente autónomo capaz de por un lado, concordar armónicamente con la teología y, por el otro, de tratar de forma independientemente los más diversos aspectos de la realidad.

De la segunda cuestión: las demostraciones o vías, diremos que son cinco: La primera vía parte de la experiencia del movimiento. Está constatado por los sentidos que hay cosas que se mueven. Todo lo que se mueve es movido por otro. Todo movimiento tiene una causa, y esta causa debe ser exterior al ser que está en movimiento. No se puede ser motor y a la vez movido, hay que buscar el motor fuera de él, y a propósito de éste volverá a plantearse la misma cuestión, y así sucesivamente. Consiguientemente, debe admitirse, o bien que la serie de causas es infinita y no tiene un primer término, pero entonces nada explicaría que hubiera movimiento, o bien, que la serie es finita y existe un primer término, y este primer término es Dios.

La segunda vía es parecida a la primera, se basa en la noción de causa eficiente. Nada puede ser causa eficiente de sí mismo. Y la causa de algo o bien será incausada o bien, tendrá a su vez una causa. Así, toda causa eficiente supone otra, la cual, a su vez, supone otra. No es posible que la serie continúe hasta el infinito, tiene que haber, en definitiva una causa eficiente que no tenga a su vez causa eficiente alguna, que sea la primera para poder explicar a la que está en el medio de la serie y a la última de la serie; y esta primera causa eficiente es Dios.

La tercera vía afirma que vemos que hay cosas que, si bien son, podrían no ser. Poder existir o no existir es no tener una existencia necesaria; ahora bien, lo necesario no necesita de causa para existir y, precisamente porque es necesario, existe por sí mismo; pero lo posible no tiene en sí mismo la razón suficiente de su existencia; y si no hubiera absolutamente nada más que seres posibles en las cosas, nada habría. O bien, todo es contingente, o bien, hay algo necesario y el ser necesario por sí, causa de todos los seres que le deben su necesidad, no puede ser otro que Dios.

La cuarta vía pasa por los grados jerárquicos de perfección que se observan en los seres. Vemos que hay cosas más o menos verdaderas, más o menos buenas, más o menos nobles. Percibimos en lo sensible la existencia de tales grados. Pero el más y el menos, supone siempre un término de comparación, que es lo absoluto. Hay pues, una verdad y un bien en sí, es decir, a fin de cuentas, un ser en sí que es causa de todos los demás seres y al que llamamos Dios.

La quinta vía se funda en el orden de las cosas. Todas las cosas se mueven hacia un fin y ello aunque sean cosas carentes de conocimiento de su fin. La regularidad que manifiestan sus movimientos indica que su movimiento está ordenado a conseguir algo; en otras palabras, que hay un orden del mundo. Esta regularidad no puede ser más que intencional y querida. Ahora bien, aquello que no tiene conocimiento sólo puede actuar por un fin si es dirigido por algo inteligente. Puesto que las cosas naturales carecen de conocimiento, es preciso que alguien conozca por ellos, y a esta inteligencia primera, ordenadora de la finalidad de las cosas, llamamos Dios.

De su tercera cuestión diremos que: La demostración de la existencia de Dios está enmarcada dentro de su sistema teológico. La teología tiene como objeto el conocimiento de Dios y por ello, su orden de exposición es, de arriba hacia abajo, es decir, prima el conocimiento de Dios sobre sus criaturas. Aquí está contenido el dogma de la revelación.

Para culminar diremos que, Tomás de Aquino fue un filósofo eminentemente aristotélico. La principal influencia recibida del filósofo griego es la teoría hilemórfica, y sus aplicaciones en la antropología y epistemología. La forma es lo que ordena y estructura la materia. Tomás aplica la teoría del ser a Dios, diciendo que “Dios es el ser total”, causa de todo. Toma también, influencias de su teoría del conocimiento, que comienza con la experiencia sensible y se termina con la abstracción donde se llega al conocimiento de lo universal. También toma influencias en sus planteamientos éticos, en la idea de felicidad como fin último, el cual constituye el bien supremo; o las virtudes que se entienden como medio para llegar a ese fin. De Agustín de Hipona recibe dos de sus causas que explican la existencia de Dios, la que se explica en la primera vía, la del movimiento y la de la perfección. De Platón toma su idea de participación para explicar la relación entre el ser y los seres, del mismo modo que Platón explicaba la relación de las ideas con las cosas. Tomás, recibe también influencias del pensamiento musulmán, de Avicena toma la distinción de esencia y existencia y la vía de la contingencia; de Averroes, asume al menos algunos aspectos en cuanto al problema de los universales, parte de su teoría del conocimiento, sobre el conocimiento divino de los seres particulares, sobre la inmaterialidad del primer motor, sobre Dios como acto puro y sobre el principio de individuación. Aún de estas influencias, diremos que la principal procede de la religión, la idea de Dios como ser. Concretamente, Tomás de Aquino encontró una vía para conciliar la revalorización del mundo material que se vivía en Occidente, con los dogmas del cristianismo, a través de una inteligente y bien trabada interpretación de Aristóteles.

Es Cuanto.

Isauro Gutierrez