Guillermo De Ockham (aprox.1288 – 1349 d.C.)

Por: Pablo Manuel Ramos Vallejo
Durante los siglos XI y XV, tuvo lugar en la historia del pensamiento, lo que en filosofía se denomina “alta escolástica”. Periodo caracterizado por el resurgimiento de las ciudades, por las grandes cruzadas y por un centralismo del poder papal, que desembocó en una lucha por las investiduras. El pleno apogeo de este sistema, coincide con el siglo XIII, en que se fundan las universidades y surgen las órdenes mendicantes, cofradías éstas de donde procederán la mayoría de los teólogos y filósofos de la época, predominando los dominicos y los franciscanos, pues como ya lo hemos expuesto en anteriores artículos, por una parte, los dominicos asimilaron la filosofía de Aristóteles a partir de las traducciones e interpretaciones árabes de Avicena y Averroes; y por otra parte, los franciscanos seguirán la línea abierta de la patrística, asimilando el platonismo, que era mucho más armonizable con los dogmas cristianos. Penetrando un poco más, podríamos decir que ideológicamente la escolástica evolucionó en tres fases. La primera fase es a partir de la inicial identificación entre razón y fe, donde la fe debía prevalecer siempre sobre la razón, y la teología sobre la filosofía. La segunda fase se caracterizó bajo la conciencia de que la razón y la fe, tenían sólo una zona en común. Por último, ya a fines del siglo XIII y comienzos del XIV, la tercera fase consistió en la separación y divorcio, en mayor proporción, entre razón y fe, así como entre la filosofía y la teología. En esta tercera fase destacan los pensadores Juan Duns Scoto y Roger Bacon, el primero se pelea con los padres de la iglesia tratando de hacerles ver que, si bien Dios le dio al hombre el uso de la razón, el hombre puede usar esa razón para dudar de las verdades de la biblia, de cuestionarse lo escrito e interpretarlo razonadamente. Decía: “La teología no tiene nada que ver con la filosofía. La razón, tanto como la revelación, son ambas fuentes de la verdad, pero la razón es superior”. Por su parte Roger Bacon quien fue un filósofo, teólogo y científico liberal, denunció los dogmas de la iglesia y su corrupción, proclamando la verdad de la ciencia. Finalmente para dar cierre a esa época, surge el que fuera un filósofo, y teólogo escolástico, el fraile franciscano Guillermo de Ockham, que al igual que lo hicieron sus predecesores, se opone al Tomismo, distinguiendo la filosofía de la teología.
Por lo que respecta a la biografía de este pensador nominalista, diremos que los datos que tenemos son muy escasos, además de inciertos. De cualquier manera de los pocos aportes que la historia nos proporciona, se dice que Guillermo nació en el pequeño pueblo inglés de Ockham, que coincide con su apellido, en el condado de Surrey, cerca de East Horsley, al sur de Londres, en el reino de Inglaterra. Su fecha de nacimiento se especula sea hacia el año 1288. De su familia, linaje e infancia tampoco tenemos datos, sólo sabemos que Ockham ingresó a la edad de 14 años en la orden mendicante de los franciscanos, siendo así educado primero en el convento franciscano de Londres y posteriormente fue enviado a París para una educación superior. En el año 1306 fue ordenado subdiácono por el arzobispo de Canterbury en Southwark, Londres, yendo poco después a la Universidad de Merton, en Oxford a estudiar una carrera teológica, donde algunas fuentes nos indican que no completó sus estudios, solamente alcanzó el grado de bachiller en el año 1320; llegando a enseñar posteriormente lógica y teología en las escuelas franciscanas de París hasta el año 1323, en que fue convocado a Aviñon por la corte pontificia, acusado de herejía. Se dice también que fue discípulo de Duns Scoto, de quien recibió gran influencia ideológica y que fue durante este periodo y los años inmediatamente siguientes, cuando escribió la mayoría de las obras filosóficas y teológicas, sobre las que descansa primordialmente su reputación; pues sus razonamientos se convirtieron muy pronto en objeto de controversia. Estando en Oxford, Ockham manifestó una peculiar personalidad al dar conferencias sobre el Libro de Sentencias, del teólogo italiano del siglo XII, Pedro Lombardo. Pedro había escrito la obra para reafirmar la posición encontrada en las Escrituras y la de los padres de la Iglesia en la doctrina cristiana. Pedro, teólogo conservador, escribió el texto como reacción contra algunos, que en la época estaban aplicando la lógica de Aristóteles a la teología. De manera común, se requería que todo estudiante que aspirase a un grado superior en teología, conferenciase y comentase sobre el Libro de Sentencias. El texto era usado como marco de trabajo para los estudiantes, para desarrollar sus propias posiciones originales y para debatir con sus profesores y compañeros, que es lo que hizo Ockham en Oxford. Pero, aprovechando el énfasis que imponía Guillermo a sus conferencias, al agregar razonamientos propios, Juan Lutterell, canciller de la Universidad de Oxford, lo acusa ante el papa Juan XXII. Pidiendo que sus conferencias y escritos fuesen examinados como heréticos. Resultando así que en el año 1324, Guillermo se traslada al convento franciscano de Aviñón, en cuya ciudad residía el Papa, y donde se nombra un tribunal que habría de juzgar la ortodoxia o heterodoxia de su pensamiento. Después de tres años de deliberaciones, la sentencia del Papa es tan benévola que no satisface a Lutterell, el cual insiste de nuevo con mayor dureza y con procedimientos tal vez no muy claros. Pero en esas fechas, surge un nuevo problema que hace pasar a segundo plano el caso concreto de las doctrinas de Ockham; se trata de un problema interno de la Orden franciscana. Dentro de ella había surgido una corriente renovadora, llamada «espiritual», partidaria de la no posesión de bienes materiales tanto en privado como en comunidad. El movimiento estaba encabezado por el mismo General de la Orden, Miguel de Cesena, al que se adhirieron otros dos franciscanos: Bonagracia y el propio Ockham, que como franciscano, practicaba ese principio, pues su vida, transcurrió en una voluntaria pobreza extrema. Desde el exterior, el emperador Luis IV de Baviera, les defiende frente al Papa Juan XXII, el cual consideraba necesarios los bienes materiales y aportaciones económicas de la Orden franciscana. Todo ello hace que en 1326 huyan de Aviñón, Cesena (llevándose el sello de la Orden), Bonagracia y Ockham, más otro franciscano que se les une a última hora. Llegan primero a Pisa donde se ponen al amparo de Luis de Baviera que los lleva a Múnich. Donde según una leyenda, Ockham habría dicho a Luis el Bávaro: “Oh emperador, defiéndeme con la espada, y yo te defenderé con la palabra”. La reacción de Juan XXII no se hizo esperar: excomulgó a los cuatro «espirituales» y destituyó de su cargo de General de la orden a Cesena, el cual, no obstante, siguió con el sello de la Orden franciscana en su poder. Esta época de estancia en Múnich, es de suma importancia para la vida de Ockham: pues trae consigo un cambio radical en su obra, ya que abandona definitivamente la investigación filosófico-teológica y pasa a dedicarse a la redacción de obras polémicas de carácter eclesiológico y político; de su pluma salen numerosos escritos en que ataca abiertamente al Papa y analiza los poderes civil y papal. Es un conjunto de obras en las que se encuentran cuestiones importantes para la historia de las ideas políticas. No obstante, las circunstancias cambian poco a poco: Luis de Baviera es destituido en 1346 y muere al año siguiente. Igualmente mueren los tres compañeros de Ockham, con lo cual queda éste con el sello de la Orden, y como vicario de la Orden franciscana sediciosa. En 1348, Ockham entrega el sello y pide una reconciliación. El Papa Clemente VI perdona a Ockham y le exige la firma de una serie de retractaciones. A partir de este momento, nada más se sabe de la vida de Guillermo de Ockham; se ignora si las llegó a firmar e incluso dónde y cuándo murió. Aunque algunas fuentes afirman que murió el 9 de abril de 1349 en el convento franciscano de Múnich, probablemente a causa de la peste negra y que fue rehabilitado póstumamente por la Iglesia oficial en 1359, pasando a la historia con el título de Venerabilis Inceptor.
De su legado ideológico, se dice que Guillermo de Ockham, se cuenta entre los lógicos medievales más imaginativos, competentes y prolíficos. El alcance de los originales conceptos, problemas y resultados encontrados en sus obras es impresionante, cuando no asombroso. La obra de Ockham es bastante extensa, pudiéndose distinguir en ella dos grupos: el de las obras puramente especulativas, en el campo de la Lógica, de la Filosofía de la Naturaleza y de la Teología. El otro grupo es el de las obras polémicas. Dentro de las primeras, que son las que nos ocupan en este artículo, pueden destacarse: su primera y fundamental obra, que es el Comentario a las Sentencias, además de diversos comentarios a Aristóteles, a Porfirio y a Pedro Lombardo. No dejando de mencionar sus diversas obras originales, como son: Summa totius logicae, Compendium logicae, unos Quodlibetos, De Sacramento altaris, un tratado sobre la predestinación y presciencia divina, y una serie de Quaestiones; intermedios entre los meros comentarios y las obras personales, son dos libros dedicados a la Física. Dentro del grupo segundo, se pueden destacar dos obras en defensa de su propia postura dentro de la Orden franciscana, más otras muchas en que se debate el problema de la potestad papal y civil, del Emperador y del Romano Pontífice, de los errores y herejías, atribuidas por Ockham al papa Juan XXII y a Benedicto XII, y de la defensa del propio Emperador. A este listado hay que añadir una serie de libros perdidos y otros calificados como apócrifos.
Analizando su pensamiento, podría decirse que Ockham es un filósofo bastante original, y aunque muchos de los temas que tratará habían sido iniciados por Duns Escoto, y otros autores. Ockham desarrolló temas que caracterizaron las preocupaciones de los intelectuales de su época y representa un punto de inflexión en la historia del pensamiento escolástico. Ockham ya no es un pensador sistemático como lo fuera Tomás de Aquino, su rol es fundamentalmente el de un crítico. Su crítica producirá la independencia de la filosofía que comenzará a centrarse en otros temas como la Naturaleza. Los principios fundamentales abordados por Ockham son considerados por él mismo como “aristotélicos”, sin embargo, suponen en la práctica, una clara ruptura con la tradición griega y la escolástica anterior. En efecto, representan una innovación dentro de la historia de la filosofía. El empirismo y el nominalismo de Ockham generan una franca ruptura en la relación que se establece entre el pensar y el ser, característica de la filosofía griega-escolástica. El pensar, se desvincula del ser y de la substancia, las cuestiones metafísicas quedan limitadas a la teología. La substancia ya no es sino el substrato desconocido de las cualidades que revela la experiencia, y solo puede concebirse: de modo negativo: “lo que no es en otro” y de modo relativo: “sujeto de accidentes“. Tampoco puede ser conocida por la experiencia (único modo válido de conocimiento), la relación causal en sí misa, por lo cual el concepto de causa también resulta problemático. Del mismo modo, la causalidad final, no es sino una suerte de metáfora innecesaria para explicar los acontecimientos naturales. Ockham, con esto, niega los dos principios fundamentales de la metafísica tomista. Por un lado: la distinción entre esencia-existencia y por el otro, la analogía de ser. En la misma línea, Ockham afirmará que las pruebas de la existencia de Dios, carecen de verdadero carácter demostrativo, pues no son sino argumentos probables. En efecto, los principios esenciales de las cinco vías no son evidentes. Incluso, aun aceptando que pudiera ser demostrada la existencia de un primer motor inmóvil, no podría demostrarse que este fuera único ni que coincidiera con Dios.
No sólo la metafísica es imposible y falsa para Ockham, sino que también lo es la teología racional o conocimiento de Dios por la razón. Las pruebas tomistas de la existencia de Dios no concluyen, porque siempre sería posible una serie infinita de causas, y aunque se llegase a una primera causa, nada nos dice que eso sea lo que llamamos Dios. De Dios sólo podemos adquirir una cierta probabilidad de que existe, y lo demás sólo puede conocerse por la fe. Esta radical separación entre el mundo del conocimiento natural y el de la fe, trae como consecuencia la absoluta libertad en el terreno del pensamiento y la posibilidad de que la ciencia y la filosofía se desentiendan del orden sobrenatural, abandonándolo a la fe, esto es, se secularicen. Empirismo, agnosticismo y secularización son las características del pensamiento de Ockham y ellas pasarán como rasgos fundamentales al pensamiento moderno, que se inicia posteriormente con el Renacimiento.
Indudablemente Guillermo recibe una marcada influencia en el camino recorrido por su maestro, el escocés Juan Duns Escoto, quien llega a la idea de Dios, como el Ser Infinito, como una noción alcanzada por la vía metafísica; ésta, entendida en su estricto sentido aristotélico como la ciencia del ser en cuanto ser. Escoto establece así una autonomía de la filosofía y la teología, pues es claro que cada una de estas disciplinas tiene su método y objeto propio; y aunque para Escoto la teología supone desde luego, una metafísica, será Guillermo de Ockham el que lleve más lejos este desarrollo. Su famoso principio de economía, denominado “navaja de Ockham“, postulaba que era necesario eliminar todo aquello que no fuera evidente y dado en la intuición sensible: “El número de entes no debe ser multiplicado sin necesidad”. En el acto de conocer hemos de dar prioridad a la experiencia empírica o “conocimiento intuitivo”, que es un conocimiento inmediato de la realidad (particular), ya que si todo lo que existe es singular y concreto, no existen entidades abstractas (formas, esencias) separadas de las cosas o inherentes a ellas. Los universales son únicamente nombres y existen sólo en el alma. Esta postura, conocida como nominalismo, se opone a la tradición aristotélico-escolástica, que era fundamentalmente realista. Los conceptos universales, para Ockham, no son más que procesos mentales, mediante los cuales el entendimiento aúna una multiplicidad de individuos semejantes mediante un término. El nominalismo conduce a afirmar el primado de la voluntad sobre la inteligencia. La voluntad de Dios no está limitada por nada (voluntarismo), ni siquiera las ideas divinas pueden interferir la omnipotencia de Dios. El mundo es absolutamente contingente y no ha de adecuarse a orden racional alguno. El único conocimiento posible ha de basarse en la experiencia (intuición sensible). Por lo tanto, La teología no es una ciencia, ya que sobrepasa los límites de la razón.
El tiempo que separa a Ockham de Escoto, al que trata de corregir, es mínimo; sin embargo, el contexto histórico y los desafíos culturales son muy diversos. El final del ideal teocrático que acontece con la muerte de Bonifacio VIII, el drama del cautiverio de Aviñón, el derrumbamiento del ideal imperial con la muerte de Enrique VII y el comienzo de la Guerra de los Cien Años, que debilitaba la unidad cristiana de la conciencia europea, eran circunstancias históricas que incidieron inevitablemente sobre la reflexión filosófico-teológico-política. Ockham ya no se mueve ni conmueve por llegar a las grandiosas síntesis de Alberto Magno, Tomás de Aquino, Buenaventura y Escoto. No le interesa tanto unir, cuanto dar posible respuesta concreta a las realidades separadas y conflictivas de la cultura, de la Iglesia y de la política. Ockham tiene un fuerte sentido de lo concreto, de la libertad de las personas y de las complejas entidades sociales. Quiere liberar a la Iglesia del absolutismo en el poder político. Vive, siente y piensa en el contexto existencial de la separación real entre fe y razón, filosofía y teología, teología y política, Iglesia e Imperio. Ockham no fue un pensador desconectado de la tradición ni tampoco fue una inteligencia errática. Sabía de dónde provenía y hacia dónde quería ir. Fue un filósofo original, independiente y audaz. Le tocó vivir el último tramo de la escolástica, y con mente lúcida se percató de que los planteamientos filosófico-teológicos anteriores ya no valían como solución adecuada a los nuevos desafíos culturales, sociales y políticos. Y así emprendió un nuevo camino, para ofrecer una respuesta cultural que él creía más acertada y más válida para los hombres de su tiempo.
Para concluir, diremos que el criticismo que se inicia con Escoto, la lucha de escuelas y el razonamiento de Guillermo de Ockham, para quien la inteligibilidad del mundo y, principalmente, la de Dios, serían firmemente cuestionadas; resquebrajaron la fe que había animado a las grandes síntesis teológico-filosóficas de los siglos XII y XIII, determinando, en el siglo XIV, un ambiente crítico y escéptico que constituirá la decadencia y disolución de la Escolástica. Así, el espíritu crítico y demoledor del nominalismo ockhamista, acaba con la vigencia en aquel siglo, de la concepción general del Universo, que late bajo los grandes sistemas de la Escolástica cristiana y abre la puerta a una nueva edad del pensamiento, la modernidad. El hombre colocado ante el mundo fragmentario, dividido en experiencias contradictorias, retomará la filosofía y volverá a comenzar la labor que nos llevará de la mano al mundo espiritual en que hoy vivimos. Concretamente diremos que Guillermo de Ockham es la última gran figura de la escolástica y al mismo tiempo la primera figura de la modernidad. Es un pensador bisagra de dos culturas limítrofes en el tiempo.
Como último comentario quiero hacer referencia que la figura de Guillermo de Ockham, sirvió de inspiración al gran humanista contemporáneo, experto en semiótica, escritor y filósofo italiano, Umberto Eco, para escribir su gran novela–histórica “El nombre de la Rosa” publicada en 1980. El gran éxito de crítica y la popularidad adquirida por la novela, llevó a la realización de una versión cinematográfica homónima, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud en 1986, con el actor inglés Sean Connery, como el franciscano Guillermo de Baskerville. Guillermo de Ockham…
Es Cuanto.