Crónicas de un grito XV

Cuauhtémoc López Sánchez
En noviembre de 1816, Sixto Verduzco se encontraba levantando la región de Tiripitío, pero atacado por Juan Amador, se dirigió a Jaujilla y lo comisionaron para apoyar la insurgencia en la región de Huetamo, a donde llegó a fines de 1816. Estando los hermanos López Rayón en Patambo, cerca de Huetamo, Sixto Verduzco y Nicolás Bravo, también en esos rumbos, Juan Antonio de la Cueva, que había luchado con los insurgentes, en unión de José Felipe Salazar plantearon al virrey que era la ocasión para terminar con el movimiento en Michoacán y Ruiz de Apodaca estuvo de acuerdo. De la Cueva y Salazar se reunieron en Tejupilco el 8 de diciembre de 1817 y partieron para Patambo. El día 11 llegaron y sin resistencia, hicieron prisioneros a Ignacio López Rayón, que estaba con su familia, a Sixto Verduzco, Ignacio Martínez, Juan Sevilla, Manuel Alfonsín y al padre Vázquez; los trasladaron a Ajuchitlán, donde los esperaban Verdejo y José María Armijo, hijo del coronel José Gabriel de Armijo, pero dejaron en Patambo a José María, quien decían, se había vuelto loco.
Enterado Nicolás Bravo y aún herido, se puso al frente de trescientos hombres intentando rescatarlos en Coyuca, pero de la Cueva y Salazar ya tenían refuerzos y Bravo desistió del ataque, regresando a Ajuchitlán, donde ordenó a su tropa se unieran a Guerrero y se retiró con pocos hombres al rancho de Dolores a recuperarse de las heridas, pero un desertor lo delató y el 22 de diciembre de 1817, Armijo hizo prisionero a Bravo, al padre Talavera y a los pocos hombres que lo acompañaban; los condujo, junto con los aprehendidos en Patambo, a Teloloapan, luego a Cuernavaca, donde permanecieron hasta principios de octubre de 1818, cuando fueron trasladados a México y Sixto Verduzco, por ser sacerdote, quedó recluido en la cárcel de la Inquisición. Solamente faltaba Jaujilla en Michoacán.
El comandante general de Michoacán, Matías Martin y Aguirre, recibió órdenes de esperar a Barradas para atacar Jaujilla. Aguirre no esperó y salió de Valladolid el 15 de diciembre de 1817 y llegó al fuerte el día 20, instando a rendición. El fuerte estaba al mando de Antonio López de Lara, auxiliado por los estadounidenses, Christie y Dovers, que habían llegado con Mina y no aceptaron rendirse. El 28 de diciembre, los integrantes de la Junta acordaron empezar la evacuación, saliendo Antonio Cumplido y el Dr. Martin quienes lograron llegar a Tarejero. El día 30 escapó Ayala con los archivos de la Junta y llegó a Zárate, cerca de Turicato, a donde días después, se les unió Villaseñor, Cumplido y Martin, para reunir simpatizantes, atacar Pátzcuaro y distraer a Aguirre. Para perseguirlos, fue comisionado José Mariano Vargas, quien haciéndose pasar como fiel a la causa, logró llegar a la hacienda de Zárate y el 21 de febrero de 1818, derrotó a la escolta de la Junta y fusiló a los sobrevivientes, llevando preso al Dr. Martin a Guadalajara.
El día 30 de diciembre, llegó Barradas para reforzar a Aguirre, pero para auxiliar a los sitiados se acercaba el padre Torres con 500 hombres, mientras López de Lara fusilaba a quienes intentaban salir del fuerte sin acuerdo de abandonarlo, pero el padre Torres fue derrotado y se retiró a Pénjamo. El 13 de febrero, los sitiados intentaron una fuga que fracasó. El 15 los realistas quisieron asaltar el fuerte y fueron rechazados. Cruz, intendente en Guadalajara, envió refuerzos, pero el 6 de marzo los sitiados pidieron parlamentar la rendición, aunque Christie y Dovers se oponían, por lo que López de Lara los entregó a Aguirre como señal de acuerdo. Aguirre los aceptó y dejó en libertad, tomando posesión del fuerte el mismo 6 de marzo.
Mientras tanto, Armijo había ordenado a Juan Isidro Marrón perseguir a los sobrevivientes de la Junta, formada ahora por José María Pagola, Mariano Sánchez Arriola, Pedro Villaseñor y como secretario a Bermeo, quienes se habían refugiado en Huetamo. Para apoyar la persecución, llegó Tomás Díaz por Churumuco desde Atijo. El 9 de junio logró aprehender a Pagola y Bermeo, fusilándolos en Huetamo. Barragán, comisionado para perseguir a los insurgentes dispersos en Michoacán, aprehendió y fusiló en Pátzcuaro a los estadounidenses del ejército de Mina, Nicolson y Furtis y siguió para Chucándiro y en unión de Lara, derrotaron al insurgente Huerta y así, el resto de los insurgentes prefirieron indultarse. En mayo de 1819 solicitaron el indulto Mariano Tercero, Juan Pablo Anaya, los padres Navarrete, Carbajal y Zavala.
El padre Torres se fortificó en Pénjamo y la amargura por tanta derrota, lo volvió desconfiado y empezó a fusilar a todos los que se le oponían. Fusiló a Lucas Flores y a Remigio Yarza porque sospechaba que querían indultarse, así que Andrés Delgado, que había quedado a cargo de la gente de Flores, se reunió en abril de 1818 con otros oficiales en Puruándiro y acordaron desconocer al padre Torres, nombrando en su lugar a Juan Arago y con un contingente de 1500 hombres, decidieron atacar a Anastasio Bustamante, quien se encontraba en Huanímaro. Bustamante los derrotó y dispersó. El padre Torres intentó recuperar el mando y quiso entablar pláticas con Arago, pero fue atacado por éste y Torres apenas pudo escapar hacia Pénjamo.
Arago fue reconocido como jefe y se le unió gente como Miguel Borja y Juan Ruiz, quien fue enviado a pedir apoyo a Liceaga en su hacienda de La Laja y al negarse, fue asesinado por Ruiz a fines de 1818. Por esas mismas fechas, fue asesinado el padre Torres por Manuel Zamora, capitán de su ejército, en la hacienda La Tlachiquera por problemas de juego.
Ahora se tomaban las providencias para ir contra Guerrero y Guadalupe Victoria.
En enero de 1818, José Rincón y López de Santa Ana fueron comisionados para cercar a Guadalupe Victoria y aunque a fines de septiembre fueron derrotados por Vergara, éste fue traicionado y muerto por Rafael Pozos y concediéndosele el indulto, se entregó con las fuerzas de Vergara. Llano mandó refuerzos a Rincón con su yerno José Barradas y puestos de acuerdo con López de Santa Ana y con Pozos, convencieron a Valentín Guzmán para que traicionara a Victoria. Guadalupe Victoria se enteró y se ocultó en la hacienda Paso de Ovejas, propiedad de Francisco de Arrillaga, en donde permaneció hasta 1821.
Pedro de la Ascensión Alquisiras, Pedro Ascencio, se cree que nació en Tlapa o en Tlatlaya y se unió a Hidalgo, en cuyo ejército recibió el grado de capitán de manos de José María López Rayón y luego de la batalla del Cerro de las Cruces se unió a Morelos. De origen tlahuica, hablaba náhuatl, otomí y mazahua, además del español. A la muerte de Morelos, decidió unirse a Guerrero y se fortificó en el cerro La Goleta, desde donde atacaba Teloloapan, Iguala y Taxco.
Armijo preparó el cerco a Guerrero desde fines de 1817, contando con el apoyo de José Joaquín de Herrera, José Aguilera, Verdejo y Marrón. Aguilera atacó por la costa, llegando a Petatlán a fines de abril y derrotó a los insurgentes al frente de Gallo, quien murió en la batalla. Marrón se adueñó de Teloloapan y en unión de Gómez Pedraza, el 17 de octubre de 1817 atacaron Alahuistlán, defendido por Pablo Ocampo, derrotándolo. Ocampo pudo escapar y reunirse con Guerrero.
Los insurgentes recibían advertencias y ayuda desde Pátzcuaro y descubierto el origen, se detuvo a Gertrudis Bocanegra de la Vega. Casada con el alférez Pedro Advínculo de la Vega, Gertrudis había procreado cuatro hijos y al pasar Hidalgo por Valladolid, animó a su esposo y un hijo a unirse a la lucha de independencia al mando de Manuel Muñiz. Viuda, siguió colaborando con los insurgentes y descubierta, se le atormentó para que denunciara a sus compañeros. Nunca los delató y murió fusilada el 11 de octubre de 1817.
Pero Fernando VII no se daba por vencido y a principios de 1819 empezó a madurar su plan, llamando a Calleja, para proponerle que regresara a México al mando de un ejército para pacificar la colonia y él, poder gobernar, implantando la monarquía en América. Por supuesto, el alto clero y la clase dominante estaban de acuerdo. Todo iba por buen camino, pero a mediados de ese año, los grupos liberales, que trabajaban por restablecer la Constitución de Cádiz y con adeptos en el ejército, se enteraron de los planes del rey.
El 1 de enero de 1820, la expedición militar para pacificar la colonia esperaba embarcarse en Cádiz, pero Alcalá Galiano en Andalucía, se pronunció contra la monarquía y en Sevilla, el coronel Rafael Riego, jefe del batallón “Asturias” aprehendió a Félix María Calleja, impidiéndole salir hacia América. A Riego se le unió el general Quiroga y le siguieron otros comandantes de los ejércitos reales y a pesar de los enfrentamientos entre los fieles al rey y los constitucionalistas, que se fueron levantando en Zaragoza, Barcelona y Pamplona, nombraron general en jefe del movimiento al coronel Riego. Fernando VII tuvo que ceder, convocó a cortes y el 7 de marzo juró la constitución de Cádiz en privado, para el 9 hacerlo públicamente.
A Nueva España llegaron las noticias de lo que ocurría en la Metrópoli y el alto clero se apresuró a tomar medidas. Desde mediados de 1819, citados en La Profesa por el canónigo Matías Monteagudo, Rector de la Universidad Pontificia, Director de la Casa de Ejercicios de La Profesa y Consultor de la Inquisición, se reunían los obispos Ruiz Cabañas de Guadalajara, Juan Ruiz Pérez de Oaxaca, el regente de la Inquisición Miguel Bataller y el ex inquisidor José Tirado. El virrey Ruiz de Apodaca estaba enterado de las reuniones donde se discutían las medidas que se debían tomar para que la Constitución de Cádiz no se jurara en Nueva España, porque el rey la había hecho presionado por los liberales y proponían que la colonia se rigiera por las Leyes de Indias hasta que se reinstalara al monarca en la península o en la Nueva España; se trató de retrasar lo más posible las noticias.
Pero los barcos provenientes de España, traían las publicaciones de los decretos y los comerciantes presionaron para que se obedecieran, así que los planes no resultaron, porque se empezó a jurar la constitución en Veracruz, el 26 de abril, luego Mérida y Campeche, donde dominaban los liberales y el 31 de abril tuvo que jurarla Ruiz de Apodaca, además, el 22 de agosto se dio a conocer el bando real del 8 de marzo de 1820, en el que se debía dejar en libertad a los presos por sus opiniones políticas y después de algunos contratiempos, quedaron libres, Ignacio López Rayón, Nicolás Bravo, Sixto Verduzco y muchos más, dentro y fuera de la Nueva España.
Con el restablecimiento de la Constitución gaditana, el clero perdía fuero y poder porque se reducían los diezmos al 50 por ciento, desaparecía la Inquisición y la Compañía de Jesús, se restablecía la libertad de imprenta, la iglesia debía vender sus bienes y se obligaba al virrey a convocar a elecciones para el nombramiento de los integrantes de los ayuntamientos y eso, al alto clero y la aristocracia criolla no les convenía. Como no pudieron evitar la insurgencia ni el nuevo orden de ideas liberales, los reunidos en La Profesa determinaron unirse a la lucha de independencia para manipular a los líderes y mantener sus privilegios.
Para lograrlo, había que nombrar a un dirigente y a pesar de su pasado sangriento e inmoral y las acusaciones de infinidad de personas, civiles y eclesiásticos que lo conocían, los prelados de La Profesa seleccionarían a Agustín de Iturbide Arámburu para consumar la independencia de la Nueva España, a condición de que a la llegada de Fernando VII le cediera el trono. Parecía que los antecedentes de Iturbide cubrían las expectativas y los requisitos indispensables que buscaban los prelados para convertirlo en el libertador, comparándolo con Bolívar, Francisco de Miranda, San Martín y O´Higgins.
Eran los finales del año y el coronel Armijo tenía controlada la situación en la costa, pero sin poder derrotar a Guerrero y a Ascencio, fue presionado al retiro para dejar libre el camino a otro comandante. José Gabriel de Armijo debió renunciar al mando de los ejércitos del sur.
El 9 de noviembre, por recomendaciones de Monteagudo, Ruiz de Apodaca nombró comandante general del sur y rumbos de Acapulco a Agustín de Iturbide, quien se apresuró a solicitar el grado de brigadier, dinero para la campaña, todo el armamento posible y que se pusiera bajo sus órdenes su antiguo regimiento de Celaya, reuniendo cerca de 2500 efectivos. Las instrucciones del virrey eran las de acabar con Guerrero y Ascencio, pero las de Monteagudo eran las de convencer a ambos para que se indultaran y consumar la independencia, porque por fin comprendieron que la pacificación de Nueva España, ya no era posible.