Amor Ágape
Jorge Rocha Trujillo
Del griego αγαπη, afecto, amor. Si el deseo y la alegría bastaran para el amor, si el amor se bastase a sí mismo… Mas no hay tal. Pues sólo sabemos amarnos a nosotros mismos o a quienes tenemos cerca. La amistad no es un deber, ya que el amor no se ordena, pero es una virtud, pues el amor es una excelencia.
¿Qué pensamos del que no ama a nadie? Tenemos en buen concepto a los que aman a sus amigos, hay nobleza en ello. Epicuro decía: “toda amistad es por sí misma una excelencia”. Quien no es generoso con sus amigos y con sus hijos, carece tanto de amor como de generosidad; análogamente, quien es cobarde cuando se trata de defenderlos, o implacable cuando se trata de juzgarlos, lo es por falta de amor. De ahí deriva la sentencia: Actúa como si amaras. Cuando hay amor las otras virtudes surgen espontáneamente.
No confundir con los excesos. La madre que da a su hijo todo lo que posee no es generosa, o no necesita serlo: ama a su hijo más que a sí misma. La madre que se hace matar por su hijo no es valiente: ama a su hijo más que a la vida. La madre que perdona todo a su hijo, que lo acepta tal cual es, haga lo que haga, no es misericordiosa: ama más a su hijo que a la justicia o al bien. ¿Por qué amamos tanto a nuestros hijos y nietos, y tan poco a los ajenos? Porque son nuestros y nos amamos a través de ellos. El amor por uno mismo está primero, la amistad es su proyección, su extensión, su refracción en el prójimo.
La misma razón que nos hace amar a nuestros amigos, nos impide amar a nuestros enemigos y a quienes nos son indiferentes. ¿A cuántos seres humanos podemos amar? En realidad es un círculo muy pequeño: a nuestra familia, algunos familiares, algunos verdaderos amigos… En total, y en el mejor de los casos, cada uno de nosotros es capaz de amar entre diez y veinte personas, ¡quedan fuera de nuestro sentimiento de amor casi Siete mil millones de personas! Sus dichas, sufrimientos y muerte nos tienen sin cuidado, ahí si lo entendemos como el devenir del ser humano.
En Mateo 5, 43-44 se dice “Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan…” Es fácil ver que el mensaje evangélico excede con mucho las capacidades de eros y de philia. Amar lo que nos falta está al alcance de cualquiera, amar a los amigos aunque más difícil, es accesible. Pero ¿amar a los enemigos? ¿Amar a los que nos son indiferentes? ¿Cómo amar a los que nos entristecen, nos abruman o nos dañan? Esto excede la ley y el sentido común.
Sin embargo, y aún cuando sólo existiera a título de ideal o de fantasía, este amor que va más allá del amor (más allá del eros, más allá de philia), este amor sublime y quizás imposible merece un nombre, el de caridad. Pero la palabra se ha viciado tanto, prostituido tanto, ensuciado tanto, que es mejor remontarnos a los orígenes y seguir, después de eros y philia, hablando griego: este amor que no es carencia ni poder, ni pasión, ni amistad, este amor que ama incluso a los enemigos, este amor universal y desinteresado, es lo que el griego de las Escrituras, desde la Biblia de los Setenta hasta las epístolas apostólicas, llama agapé: “Dios es amor”, que la Vulgata tradujo como cáritas, amor, afecto, lo que torna caro y que dará independientemente de sus ulteriores perversiones, el castellano caridad, que viene a darnos el tercer nombre del amor.
Si Dios es amor, ese amor no puede ser carencia, a Dios nada le falta. No es amistad, pues Dios no se deleita en un ser que sea causa de su alegría. Tenemos que partir de la creación y de la cruz, no para buscar a Dios, sino para buscar el amor. Agapé es el amor divino si Dios existe y con mayor razón si Dios no existe. Dios es absolutamente perfecto, es el máximo de ser y de valor posible, por lo tanto, no puede carecer de nada.
¿Qué es el amor? Una alegría que acompaña a la idea de su causa. ¿Qué es una alegría? Es el paso a una perfección o a una realidad superior. Regocijarse es existir más. Estar triste es existir menos, es ver disminuir la propia potencia, es aproximarse de alguna manera a la muerte o a la nada. Por este motivo todo hombre desea la alegría, y por lo tanto el amor.
Dice Spinoza que el amor sólo es una ocurrencia de la potencia, en tanto cuanto, ésta es finita y variable. Dios, explica “no experimenta ningún afecto de alegría o de tristeza y en consecuencia no siente amor ni odio hacia nadie”, no por falta de potencia, desde luego, pero al contrario, porque su potencia, siendo absolutamente infinita, es constante: no se la podría aumentar (alegría, amor) ni disminuir (tristeza, odio) de ningún modo. El Dios de Spinoza está demasiado pleno de ser, de potencia, de sí mismo como para amar e incluso para dejar existir otra cosa que a sí mismo. Tampoco es creador: pues es todo y sigue siéndolo.
No resulta más fácil pensar la creación en el contexto del Dios personal de los diferentes monoteísmos, por lo menos si uno sigue esta lógica de la plenitud de la alegría, de perfección y de potencia. ¿Por qué razón crearía algo Dios cuando Él mismo es todo el ser y todo el bien posibles? ¿Cómo agregar ser al Ser infinito y bien al Bien absoluto? Si Dios desea crear algo distinto a sí mismo, es decir crear, sólo puede hacerlo menos bien que sí mismo; es decir: peor. Dios, siendo ya todo el bien posible y no pudiendo en consecuencia aumentarlo, ¡sólo puede crear el mal!
Este problema es tradicional. Quizás nadie lo haya percibido mejor, ni resuelto mejor, en la medida de lo posible, que Simone Weil. ¿Qué es este mundo, pregunta, sino la ausencia de Dios, su retiro; su distancia, que llamamos espacio; su espera, que llamamos tiempo; su huella, que llamamos belleza? Dios sólo pudo crear el mundo retirándose (de no ser así sólo habría Dios), o manteniéndose (o no habría nada, ni siquiera el mundo) bajo la forma de la ausencia, del secreto, del retiro. Es una especie de panteísmo hueco, recusación de todo panteísmo verdadero o pleno, de toda idolatría del mundo o de lo real.
Citando la turbadora frase de Pavese: “Serás amado el día en que puedas mostrar tu debilidad sin que el otro la utilice para afirmar su fuerza”. Es la modalidad de amor más escasa, más preciosa, más milagrosa. La caridad, por poco que seamos capaces, es lo contrario de ser uno mismo, una renuncia plena del Ego, a la potencia, al poder. El amor es lo contrario de la fuerza. El amor verdaderamente desinteresado que a veces somos capaces de dar, es escaso. La autolimitación del propio poderío, de la propia fuerza, del propio ser, el olvido de sí mismo, el sacrificio del placer propio, el amor que no carece de nada, pues ha renunciado a todo, el amor que no redobla el amor de sí mismo, el amor desinteresado, el amor gratuito, el amor que da, pero que da en pura pérdida, y no al amigo, sino al extranjero, al desconocido, al enemigo, configura otro tipo de amor: el amor agapé.
Anders Nygren destacó los rasgos distintivos del agapé cristiano: es un amor espontáneo y gratuito, sin motivo, sin interés, e incluso sin justificación. Eso lo distingue del eros siempre ávido, egoísta y motivado por lo que le falta. También se distingue del amor philia, que nunca es totalmente desinteresado, pues el interés de mis amigos es el mío; nunca del todo gratuito, ya que me doy placer al darles placer, jamás por completo espontáneo o libre, determinado por el encuentro feliz de dos Egos.
El amor agapé, escribe Nygren, “es independiente del valor de su objeto. El agapé es un amor creador, no comprueba los valores, los crea; ama y por ello, confiere valor. El agapé es un principio creador de valor”. Es bueno transitar del amor a uno mismo, al amor al otro, y del amor interesado al amor desinteresado, de la concupiscencia a la benevolencia y a la caridad, en suma de eros a philia y, a veces, de philia a agapé.
La caridad es un amor de benevolencia que va más allá de la amistad propiamente dicha, que supera sus límites, su determinación afectiva. Mediante un proceso de transferencia o de transitividad del amor, la amistad que tenemos por un amigo puede ser tan grande que, por su causa amamos a quienes les son cercanos aunque nos ofendan o nos odien. Esto es lo que da la idea de humanidad, en la que se ligan todos los hombres, es lo que los griegos llamaban filantropía, definida como la inclinación natural a amar a los hombres. Todos hermanos ante la vida, aún opuestos, aún enemigos, todos hermanos ante la muerte.
¿Es posible amar al prójimo como a uno mismo? No, sin duda, pero indica una dirección: la del amor. ¿Se puede amar a nuestros enemigos? El amor agapé es muy singular, precisamente porque se pretende universal, es el amor que se dirige a todos los humanos, buenos o malos, amigos o enemigos. Es la aceptación gozosa del otro, y de cualquier otro, tal cual es, y sea como él sea. La caridad, si no es incompatible con el amor de sí mismo, es un amor liberado, y que libera, del Ego.
Se cita a continuación quizá el texto más bello que jamás se ha escrito sobre la caridad:
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que resuena. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.
La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no es arrogante; es decorosa; no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque imperfecta es nuestra ciencia e imperfecta nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo imperfecto, pero entonces conoceré como soy conocido.
Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; pero la mayor de todas ellas es la caridad. 1 Corintios 13.
Estas tres cosas son llamadas virtudes teologales y así, para resumir, para simplificar, habría tres maneras de amar, o tres tipos de amor, o tres grados en el amor: la carencia (eros), la alegría (philia), la caridad (agapé).
Referencias:
Liturgia del Aprendíz. Editorial Herbasa
Diálogos. El Banquete, Fedro. Platón.
De Aristóteles a Sigmund Freud.
Eros, Demonio Mediador. Giovanni Reale
Pequeño Tratado de las Grandes Virtudes. André Compte-Sponville
Diccionario de Filosofía. André Compte-Sponville
Diccionario de Filosofía. Nicola Abbagnano.