La Esperanza

 La Esperanza

Eduardo Murillo Gil

La esperanza muere al último, dicho  popular ya muy viejo, cual creencia en poder conseguir el favor que se le solicita al santo de su devoción, virgen o dios. Esperanza, idea muy propia de la persona que le mueve a realizar determinadas acciones y actividades para lograr un propósito fundamental. Ya sea en lo económico como en las conquistas mismas de los cambios sociales con la esperanza de realizarlos por el bien de la humanidad.

DEL FEMENINO: Esperanza, estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. En lo relativo a la virtud, lo que se espera con firmeza que dios dará los bienes prometidos; se la incluye entre las teologales y su símbolo es el ancla. Figura: es lisonjearse con poco fundamento de conseguir lo que se desea o pretende. Dar esperanza a alguien, darle a entender que puede lograr lo que solicita o desea. En el adjetivo gramatical, que tiene esperanza de conseguir alguna cosa.

De tal manera, entendemos la esperanza como un estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible todo lo que deseamos. En lo religioso: Salmo 91 dichoso el hombre que pone todo su afecto y esperanza en la ley del señor y sólo se emplea en meditarla noche y día. Divina esperanza que nos mueves a esperar pacientemente en las obras de dios y las de los hombres que se realizan para su beneficio.

El que confiado en la bondad del altísimo se acoge a su protección, vivirá seguro de todo mal. Dirá al señor, vos sois mi protector y mi refugio, en mi dios pondré toda mi esperanza. Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

Este místico secreto es precisamente la palabra perdida, perdida solo en apariencia, pues la realidad es lo que hay de más permanente, lo que nunca puede perderse y desvanecerse, como el vino de la vida, bajo la especie del pan de la verdad. Así mismo, es nuestra esperanza innata por realizarnos de verdad como entes humanos.

Esperanza es la segura confianza de que ha de prevalecer la verdad contra el error, la justicia contra la iniquidad, el bien contra el mal, el amor contra el odio y la felicidad contra la tribulación.

De la traducción del nuevo testamento hecha por Moffat entre sale y reza así: “Pues, la fe quiere decir que tenemos la confianza de tener lo que esperamos, persuadidos de lo que no vemos”. El espíritu por medio de Pablo nos dice, que la fe es apoderarse de las ilusiones de la esperanza, para traerlas al ámbito de la realidad. Porque la esperanza siempre nos señala algo futuro, se puede decir que la esperanza es la palanca moral que hace mover el mundo y lo mantiene en acción.

Si no fuera por la esperanza, ¿dónde estaría el porvenir? diría Lord Byron. En toda nuestra vida no hay más que esperanza, y siempre esperanza. Recordemos, la esperanza muere al último. La esperanza es la más común de todas las posesiones. La tiene desde el más encumbrado hasta el más humilde. Tal y como lo dijera Teles de Mileto, el filosofo: “Aquellos mismos que nada tienen, conservan aún la esperanza”. Este es el gran sostén de los pobres. Hasta se le ha llamado el “pan del pobre”. Es también lo que inspira y dirige las grandes acciones.

La historia refiere de Alejandro el Grande, que cuando heredó el trono de Macedonia, repartió entre los amigos la mayor parte de los estados que su padre le había dejado, y cuando Perdiccas le preguntó qué se había reservado, le contesto: La más grande y más bella de todas las posesiones, ¡La Esperanza! .

Samuel Smiles comentaba que los placeres de la memoria, por grandes que sean, nada son comparados con los de la esperanza; porque la esperanza es la madre de todos los esfuerzos y de todas las inspiraciones; y “cada don de noble origen recibe perpetuamente el hálito de la Esperanza”.

Como una entidad muy propia, la esperanza radica íntima y profundamente en todo ser humano, la llevamos perennemente con nosotros mismos desde nuestra concepción, desde nuestro nacimiento y en todos los hechos de la vida se nos manifiesta, alentándonos, fortificando nuestros ideales, nuestros trabajos, esperanzas y anhelos.

Hasta la misma tumba, ella, la esperanza anhelante y presurosa nos acompaña y, ¡por qué no! Hasta después de la tumba nos afirma osadamente las verdades divinas que se intuyen por el alma y se afirman e interrogan en la soledad y juzga de las realidades celestes por las facultades íntimas y sus voces interiores. Esta es nuestra madre, nuestra hermana, la esperanza nuestra.

Isauro Gutierrez