La igualdad civil y moral del ser humano

 La igualdad civil y moral del ser humano

Ángel Alvarado Raya

 

 

INTRODUCCIÓN:

 

Para los liberales es aceptable y defendible la igualdad civil y moral del ser humano. El mundo actual y los hechos que se registran, sobre todo y en especial en los países sajones, eslavos y arios, nos muestran claramente que pueblos enteros piensan lo contrario.

 

La historia reciente de los afro americanos de Estados Unidos, de los judíos en la Alemania de Hitler, de los negros de Sudáfrica, de los pieles rojas del oeste de los Estados Unidos, de los yaquis y mayos en el México porfirista, de los chinos y otros pueblos asiáticos. México y otros países latinoamericanos y anglosajones de principios de siglo y en nuestros días, son ejemplos lacerantes de que no todos los hombres se consideran iguales, ni civil, ni moralmente.

 

Lo lamentable es que quienes se consideran diferentes y superiores a los demás hombres, como

el triste caso de los fanáticos españoles aventureros de 1500 a 1551, en plena Conquista de México, juntamente con hacer el ridículo de su oscurantismo, sojuzgan a los pueblos que no consideran ni siquiera hombres, menos aceptar la remota posibilidad de que sean semejantes, iguales o parecidos en algo.

 

Pero esos hechos evidentes son solamente una huella que el hombre va dejando de sus errores, de sus laberintos mentales y tortuosos pensamientos. Con uno solo de estos casos es más que suficiente para demostrar al mundo que todos los hombres, sin importar el color de su piel, ni los rasgos distintivos de raza o el credo que profesan, somos exactamente iguales.

 

Tendrá que evolucionar y penetrar un nuevo pensamiento en todos los más apartados rincones del mundo entero, de este conflictivo planeta, para que el resto de la humanidad acepte que es tan hombre como cualquiera el afro como el europeo, el amerindio como el asiático, el indio como el mulato. Que la hombría no es privativa de unos ojos azules o verdes, ni de una piel clara por encima de una oscura.

 

La civilidad del hombre

 

La palabra civilidad proviene del latín “dvismé”, celo por las instituciones e intereses de la patria. Comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública. Para Rafael Corazón González en su libro “el pesimismo ilustrado” nos menciona que la humanidad se encarna en unos animales que se van distinguiendo de los demás por su expresión y actuar inteligente, que los hace capaces de acumular experiencia y crear leyes, códigos, normas, con éstas, son capaces de transformar la naturaleza en su beneficio hasta llegar a dominarla.

 

El ser humano es el único animal de su especie que ha dejado de hacer las cosas de una única manera, para introducir en el quehacer cotidiano una creatividad tal que lo que hizo hoy, lo hará mejor o peor mañana, pero no idénticamente.

 

Cada etapa de la evolución humana va dejando rastro, experiencia, huella indeleble de esta creatividad perfectible: desde las pinturas rupestres de Altamira y Lascaux, hasta las pirámides monolíticas de Egipto y México, el círculo calendárico de Stonehenge en Inglaterra o el calendario azteca; el código de Amurabi, hasta las primeras constituciones en su mayoría de corte liberal, todos ellos son muestra de composición libre, creativa, transformante, evolutiva, dinámica.

 

Y en todos esos rasgos del quehacer humano descubrimos el mismo signo de identidad: son hombres, son iguales, y por lo mismo se adaptan a una sociedad. Francisco Javier Velasco Sánchez nos dice que por eso proclamamos a los cuatro vientos, a los cuatro puntos cardinales que todos los hombres deben defender su segunda nota esencial: la igualdad. Y al reconocernos todos iguales y descubrimos un origen común, una ascendencia única en la evolución natural, nos sabemos partes importantes en la naturaleza, partes de un todo único: somos enteramente naturaleza; una sola, única y armoniosa realidad que nos hermana. Así llegamos a la tercera nota elemental, esencial de naturaleza: la fraternidad.

 

Todos los hombres somos hermanos, somos libres y somos iguales. En el tiempo, las diferentes concepciones del hombre y de la naturaleza han dado material para la historia de las doctrinas filosóficas. Y en el espacio, aquí, allá, cerca o lejos, han dado lugar a las corrientes políticas o a los sistemas de producción de bienes para la satisfacción de las necesidades. De esta manera, se van complementando unas corrientes del pensamiento con otras corrientes que van a su encuentro. El pensamiento de oriente que se toca, se

hermana y se comprende con el pensamiento de occidente.

 

Se estructura la forma de pensar lógico aristotélico de las corrientes occidentales, con la estructura esférica, envolvente del pensamiento oriental. Mientras que los occidentales se expresan con palabras y signos fónicos; los orientales lo hacen con ideogramas en una dinámica de lenguaje total. Pero todos estos son accidentes de una única realidad: la igualdad de metas, principios, vocación, y anhelos comunes a toda la humanidad. Nos inquietan los mismos temas: el origen, el destino, la vida, la muerte, la naturaleza, Dios, el alma, la inmortalidad del alma, la vida del espíritu, etc.

 

La discriminación es la negación de esa esencia en la naturaleza humana. Es una tara, más que un privilegio. Es un delito de lesa humanidad que llega al genocidio por enajenación. Y la enajenación misma es la negación de la esencia del ser humano: su inteligencia, el uso de la razón, el privilegio del espíritu. El hombre enajenado ya no se pertenece, es ajeno, ya no es dueño de sí mismo, es nuevamente bestia, un animal entre los animales. Quizás por eso se justifique la expresión de que el hombre sea el lobo del hombre.

 

LA MORALIDAD DEL HOMBRE: Estamos obligados a guiar a la humanidad hacia la sobriedad y claridad del pensamiento. Para que se puedan pertenecer, para que puedan identificarse, para que se distingan de las bestias. Esto lo lograremos alertando las mentes, cultivando el espíritu crítico, afinando la capacidad de discernimiento, de criterio.

 

Por eso en todas las constituciones de corte liberal, la preocupación primera es la de subrayar esta cualidad en todos los hombres: todos los hombres son libres, son iguales ante la ley. Queda prohibida la esclavitud y por el sólo hecho de que un esclavo llegue a nuestro país queda automáticamente protegido por estas leyes y adquiere la calidad de hombre libre, igual al resto de los habitantes que residen en la jurisdicción de vigencia de la Constitución.

 

La experiencia histórica del hombre nos lleva a la captación de los hechos humanos; a la valorización de esos mismos hechos y al reconocimiento de la capacidad que tiene el hombre de hacer el bien o el mal; de la libertad (que es la posibilidad de elegir entre una jerarquía de bienes el mejor) nos pasamos al libre albedrío, que es la posibilidad de elegir entre el bien y el mal.

 

En resumen:

La valoración ética de los acontecimientos, serán moralmente buenos o malos si intervienen elementos fundamentales: libertad, conciencia o conocimiento y voluntad. Si se conjugan estos tres elementos, el hombre será moralmente responsable de su comportamiento, para bien o para mal.

 

Los deterministas difícilmente podrían explicar la igualdad moral del hombre en el concierto de la naturaleza. Porque si ya está todo fatalmente determinado ¿de qué podría ser responsable el hombre si carece de la posibilidad de actuar libremente? Debemos considerar a los hombres esencialmente libres, conscientemente libres, orgullosamente libres y conscientes de las circunstancias adversas que niegan o tratan de nulificar esa libertad, es indispensable estar dispuestos a defenderla en el terreno intelectual y, si en el campo de las ideas se niega esa libertad, entonces habrá qué defenderla en el campo del honor y el de las armas.

 

De esta manera queda demostrado que todos los hombres somos moralmente iguales: todos somos capaces de hacer el bien o el mal a discreción. No es verdad que exista el determinismo fatalista del acontecer humano. El más empedernido delincuente tiene una esperanza de regeneración si se lo propone. Y si nos olvidamos que el hombre, o se mantiene activo y prospera, o se hunde en el ocio y retrocede o degenera, entonces estamos siendo faltos de congruencia en la demostración de que todos los hombres son iguales, moral y civilmente iguales.

 

Civilmente iguales porque al vivir en sociedad, en una convivencia imprescindible, nos tenemos que  armonizar para nuestro provecho. O nos condenamos a vivir en constantes enfrentamientos, conflictos, guerras interminables.

 

En la convivencia natural los hombres se agrupan para formar ciudades. En la ciudad, en la civitas, cada uno de sus miembros es exactamente igual, esencialmente igual.

 

Las diferencias perceptibles son distinciones accidentales que en nada cambian la realidad íntima del hombre: ni el color de la piel, ni el color de ojos, ni la ropa que vista, ni los muebles que usa, ni la casa donde vive. El hombre es exactamente el mismo, y de eso, de la igualación de cada uno para mostrarlo al mundo, se encarga la muerte. Lo mismo muere el rico que el pobre, el joven que el viejo. Por lo tanto, es evidente la igualdad civil y moral del ser humano.

Isauro Gutierrez